domingo, 20 de enero de 2013

Arribar a los pies de Las Torres

Paisajes de ensueño
Bajo la atenta mirada de la Cruz del Sur, nuestro microbús recorría los interminables caminos de tierra y grava de la Patagonia Chilena; una extensa red de carreteras que no vienen de ninguna parte y no se dirigen a ningún lugar. El aire está tan limpio y la contaminación lumínica tan escasa, que, en la oscuridad de mi asiento y a través del cristal disfrutaba de un paisaje cósmico absolutamente cautivador. La única luz la ponían las estrellas y la luna, pintando de cano las estepas patagónicas; es un bello desierto, salpicado de vez en cuando de alguna estancia aislada.

Estepa patagónica
Aterrizados
 La velocidad a la que circulábamos por las pistas era considerable. Levantábamos una gran nube de polvo al pasar y las chinas del camino golpeaban constantemente contra los bajos del vehículo. No hay coche, todoterreno, autobús sin su pertinente cristal roto...no todas las piedras golpean debajo, dónde la estética carece de importancia y la máquina está preparada para recibir impactos... Estaba tapado con un cortavientos, al igual que Fran; ambos nos habíamos quedado destemplados y la calefacción no nos hacía reaccionar. Nos movíamos de un lado a otro, cambiábamos de postura, nos poníamos música, nos quitábamos la música... La parada que hicimos para tomar un café y un tentempié, una empanada de carne, fue lo que mejor nos sentó. Nos vinimos arriba. Aún no habían dado las 6 de la mañana.

Ninguna parte, ningún destino
Carreteras complicadas
Cuatro estaciones
En el Sur del sur de América las distancias son enormes y la población escasa. Magallanes es la región más grande de Chile y prácticamente la más despoblada. Se encuentra aprisionada entre Los Andes y el Océano Pacífico, cómo el resto del país, y no dejan de golpearla constantes y agresivos cambios de tiempo y de temperatura. Una persona puede vivir en las cuatro estaciones del año en un mismo día.

Transitando hacia el oeste el amanecer nos fue alcanzando ya cerca de la entrada al Parque nacional de Las Torres del Paine. El viento era fuerte, probablemente de más de cien kilómetros por hora y desafiándolo manadas de Ñandúes y Guanacos pastaban a la intemperie ajenos a nuestro anecdótico paso por sus dominios pero siempre atentos a un posible ataque del Puma. El Condor, dueño y señor de las cumbres graníticas del macizo del Paine, surcaba el aire con sus poderosas alas extendidas...por un momento se me vinieron canciones de Victor Jara a la cabeza...


Despertando
Mate
Un indígena Mapuche que nos acompañaba como guía pasó a los asientos traseros la "calabaza " y la " bombilla " para que degustaramos mate y bebí por primera vez la amarga bebida. Me quemé el paladar y los labios pero no dejé de seguir saboreándola cada vez que me ofrecía repetir. Mientras vaciábamos el termo de agua hirviendo y el bus traqueteaba,  iban surgiendo conversaciones animadas acerca del parque, de Chile, de la naturaleza, de sus proyectos de futuro como guía...él era aproximadamente de mi edad pero el sol, el viento, el frío...le habían marcado y envejecido la piel.  De pronto, a un lado del camino apareció una laguna llena de Flamencos y dió una señal al conductor para que parara y nos pudiésemos bajar. Nunca los había visto en libertad. Se apoyaban sobre una pata, tal como los había visto en documentales, y su rosa contrastaba con el entorno, de colores mucho más apagados. De pronto uno alza el vuelo, y otro, y otro más que le sigue, y una explosión de color llena el cielo de éste alejado rincón del Cono Sur.

El Condor

Flamenco
La entrada, la portería, del Parque nacional de Las Torres del Paine cada vez estaba más cerca. La reserva formaba parte de la lista de las protegidas por la UNESCO desde 1978.

http://www.unesco.org/mabdb/br/brdir/directory/biores.asp?code=CHI+03&mode=all


Guanacos

Ñandúes pastando
 La primera vez que oí hablar de Las Torres del Paine fue durante unas vacaciones en Grecia. Fran y yo, los mismos personajes que compartiríamos las vivencias Patagónicas, tomábamos un café en un viejo ferry que nos llevaba a las Cícladas, a Mykonos concretamente. Un chico de perilla y pelo rizado se nos sentó al lado y al oírnos hablar en Castellano se introdujo en la conversación. Estudiaba en Italia y venía acompañado de un amigo al cual no encontraba. Al final nos juntamos los cuatro. Tratar con ellos era sencillo y agradable. Hablamos de muchas cosas y disfrutamos de un par de días juntos. Ya les llegaba pronto la hora de volverse a Chile, su país. Estaban apenados pues en breve dejarían la vieja Europa pero a la vez se les veía con ganas de volver a casa. Entre las cosas que nos recomendaron cuando los ojos, los pensamientos y las palabras se les llenaron de su país ( maravilloso país), destacaron éstas fantásticas Torres. Yo creo que cuando nos despedimos de ellos ya habíamos decidido que nuestro próximo viaje tendría parada allí. Sin duda, cuando tuvimos delante el espectáculo de piedra con las primeras luces del día, les dimos toda la razón a aquellos magníficos compañeros casuales. Presenaciábamos una obra de arte indescriptible e irrepetible. 

Paradise, Mykonos

Las Torres
En el parque, nos encontrábamos en un extremo del Campo de hielo Patagónico Sur. El mismo se va descomponiendo y ramificando en glaciares que dan un toque de blanco, azul, gris... al cuadro panorámico que aparece ante los ojos. Este campo de hielo es una extensísima altiplanicie blanca dónde las condiciones climáticas son extremadamente rigurosas. Si tiro de recuerdos, aquí y allá, una de las cosas que más me han llamado la atención de acercarme a una zona de glaciares es que, según te vas aproximando, el glaciar parece ir enfureciéndose más y más. De pronto sopla el viento, con fuerza, te arrastra, te echa de los dominios del monstruo de hielo. Todos los elementos parecen aliarse para alejarte del lugar, para advertirte de algo. Supongo por tanto que es algo inherente a éste tipo de lugares, son zonas salvajes.

El día lo pasamos escuchando las explicaciones de nuestro guía Mapuche acerca del parque. Lo que más se me quedó grabado de todo lo que nos contó fue el peligro que corría el entorno debido a los incendios provocados por visitantes. Nos habló de varios y se nos encogió el corazón a todos. Pensar que un simple ser humano podía devastar una hermosura como la que teníamos ante nuestros ojos, no ya intencionadamente, sino incluso por un mero descuido... Es un auténtico drama, la verdad.

Bajamos definitivamente de nuestro transporte en la portería de Laguna Amarga. Volverían a recogernos cuatro días después.

Primeros pasos
Habíamos hecho grandes esfuerzos para llevar con nosotros el mínimo de ropa, y en general, de peso. Sin embargo, ya a las primeras de cambio nos empezamos a quejar de la carga que portábamos; lo mínimo necesario para pasar 5 días caminando por la montaña, dispuestos a enfrentarnos a todo tipo de cambios de tiempo. Al menos eso creíamos, que llevábamos lo que nos hacía falta, pero pronto nos dimos cuenta de que nos habíamos olvidado de algo. No llevábamos nada que nos ayudara a impermeabilizar las mochilas. No habíamos caído en la cuenta y al final nos acabó pasando factura...

El sol, después de las cinco de la tarde se escondió tras los picos del entorno, algunos de más de tres mil metros de altitud, afilados y esbeltos. Entonces fue cuando empezamos a notar el frío que llegaba arrastrado por una fina brisa. Aceleramos el paso, dejando atrás un estrecho puente colgante de hierro que marcaba el inicio de la ascensión con la que comenzaríamos nuestra ruta. Nos quedaban unas dos horas de camino hasta nuestro primer destino: el Refugio de Las Torres. Ya estaba olvidada la incomodidad que nos producía cargar con nuestras cosas a la espalda.

Mapuche
Primero, con un sonido monótono y lejano, y poco a poco cada vez más cercano, nos dimos cuenta de que algo o alguien se acercaba. Eran unos huasos montando unos elegantes y altos caballos chilenos de color marrón oscuro. No portaban chupalla sino una boina azul, ribeteada artísticamente en blanco; se habían abrigado, habiendo visto que la noche llegaba, con ponchos de lana. El rostro, de semblante serio y piel oscura, marcado en largas horas al sol, en su vida nómada. Saludaron mostrando rigidez en el gesto pero sin perder su elegancia innata, para con paso suave pero constante ir desapareciendo por las empinadas veredas.

Cenando
No llevábamos absolutamente nada de comer encima. Comenzó a aparecer el hambre. La penumbra se estaba adueñando de todo el entorno y empezaba a costar distinguir las cosas a cierta distancia. Entonces a lo lejos, de un color más claro, aparecieron unas manchas que acabaron convirtiéndose en barracones. Los barracones donde pasaríamos la noche, habíamos llegado al refugio.

Una de las cosas que recuerdo de mi paso por la Patagonia Chilena es que siempre tuve hambre y frío; se me quedó grabado. Teníamos poco dinero en efectivo y en ningún lado admitían otras formas de pago. Con lo justo llegamos al final del recorrido. Aparte, ninguna ropa aguanta la virulencia con la que el tiempo te golpea en ésta zona del mundo. ¿ Y en los refugios? En los refugios, en determinadas zonas de los mismos y durante las horas del día, se estaba bastante bien, pero cuando caía la noche y las estufas se iban apagando... Todo ésto no hizo más que convertir en épica nuestra visita a las tierras del Fin del Mundo.

Entramos por la puerta del refugio después de un día de viaje. La estufa aun estaba encendida en el comedor y nos sentamos allí esperando a la cena. Fuimos los primeros en empezar a comer puesto que ya el hambre se había convertido en insoportable para nosotros.

Cuando acabamos con todo lo que había en el plato y nadie introdujo más leños en la estufa para que ardieran y siguieran calentando la fría noche andina, me sentí tan helado e incómodo que, a pesar de decidir acostarme, y además, encontarme cansado, no conseguí concentrarme para poder dormir. No me quité ni las botas por miedo a que se me congelaran los pies.

De todas maneras, sólo la ilusión de estar dónde estábamos y las ganas de disfrutar de unos grandes días de montaña, aventura, naturaleza y épica hacía que superara todos los malos pensamientos y sentimientos. Bajo la insuficiente protección del saco de dormir lucía una amplia sonrisa, con la mirada, que sacaba por un estrecho hueco destapado, bien fija en el techo. El reproductor de música se quedó sin batería y se apagó. No me moví ni para comprobar si eso era lo que había ocurrido, no quería perder el escaso calor que había acumulado, y esperé tranquilamente a que el olor del café recién hecho me anunciara que era la hora de levantarse.

Las botas fuera del saco