martes, 3 de julio de 2012

MENDIAN GORA. 24 horas y el abismo del Preikestolen


La T marca el camino
... ya habían pasado las 9 de la noche y nos disponíamos a aterrizar en el aeropuerto de Bergen. El piloto de la SAS luchaba contra el virulento viento, tratando de llevar lo más recto posible el Boeing que nos transportaba. A mi derecha una chica casi albina, escandinava, de azulísimos ojos me miraba con cara de angustia. Baje la mirada y comprobé como se agarraba lo más fuertemente posible, al menos tan fuerte como yo, al reposabrazos del asiento. Después de una constante y fuerte serie de bandazos y botes, el aparato al fin tocó tierra y todo el pasaje exhaló el aire que aprisionaba en los pulmones. Mi compañera, de pronto, lució una encantadora sonrisa de alivio. Me comentó que ella no se detenía en ésta escala sino que su viaje continuaba hasta Alesund, dónde, se había informado, la tormenta aun estaba golpeando de manera más agresiva. Le cogí de la mano y le dí ánimos antes de despedirme de ella. Veinticuatro horas exactas habían pasado desde que salimos hacia uno de los lugares más alucinantes e impresionantes del planeta, hacia el Púlpito, sobre el Lysefjord.

Bergen, en gris
Meses antes, cuando nos planteamos el poder visitar ésta zona, nos encontramos con un auténtico rompecabezas. Disponíamos de un único día, de 24 horas, del invierno Noruego de 2011, para llegar hasta el lugar que los noruegos denominan Preikestolen; el  nombrado púlpito. Teníamos que llegar de Bergen a la provincia de Rogaland, al sur del país, alcanzar nuestro objetivo bajar de nuevo y volver antes de que finalizara el día para continuar normalmente con nuestro viaje. Parecía una locura sobre el papel pero íbamos a intentarlo.

La gran mayoría de gente viaja a Noruega en verano, cuando los transportes públicos se multiplican esperando a los turistas. Casi nadie llega al país durante el invierno y aún menos pensando en hacer cosas como el trekking. Determinadas carreteras se cierran y los servicios públicos se reducen en Noviembre, a comienzos del invierno, estando ya muchas zonas del país en noche perpetua hasta primavera. Llegar a determinadas zonas de éste país, entonces, se antoja como algo de muy difícil a imposible.

Bergen, en colores
El quebradero de cabeza tenía solución. Todo pasaba por viajar en avión un día y volver al siguiente a la misma hora. Bergen-Stavanger y viceversa. De Stavanger aún nos tocaría coger un ferry, un autobús y un taxi antes de comenzar a andar. Y todo por llegar al Preikestolen. Si algo nos iba mal se nos acababa el viaje que estaríamos realizando por Noruega. Se caía nuestro castillo de naipes, se rompía el cántaro de la lechera. A pesar de haber mirado mucha información sobre cómo llegar, en mapas, webs, libros... e incluso haber contactado con oficinas locales de turismo, no llegamos nunca a tener nada claro. La información no era muy concreta y clarificadora. En verano todo hubiera sido más fácil, nos decían..." ¡ Ojalá seamos capaces de volver al aeropuerto a la hora...!"

La Norwegian
Dicen que en Bergen siempre llueve. Comenzó nuestro viaje al atardecer y, claro, llovía. Llovía mucho. Llovía mucho y además el viento soplaba con muchísima intensidad. La intensidad del viento hacia moverse al autobús que nos llevaba al aeropuerto.

Las luces que iluminaban la pista, hacían brillar el suelo y las gotas de lluvia se iban acumulando en las pequeña ventana del avión. Las mangas de viento estaban totalmente estiradas, y la cabina del avión de la Norwegian se balanceaba constantemente. A pesar de todo despegamos en hora y conseguimos aterrizar sin ningún problema media hora después.

Stavanger es la ciudad del petróleo en Noruega. Los precios de todo están por las nubes debido al desarrollo económico brutal acaecido en los últimos cuarenta años. Desarrollo pero sostenible, a pesar de la quejas de todos los locales acerca de los precios.  Todo el desarrollo va muy en la línea del pensar¡miento escandinavo y del norte de Europa. Explotan sus recursos pero a la vez no los derrochan; cuidan del medio y ganan dinero; el estado es quien garantiza y controla todo lo relativo al petróleo. Las calles están plagadas de ejecutivos de todo el mundo en viaje de negocios. Trajes, corbatas y carteras de cuero por todos lados.


Al llegar a nuestra pensión quisimos hacer acopio de víveres para la jornada del día siguiente. Agua, barritas energéticas, bocadillos...el orondo, y de aspecto abandonado, dueño se ofreció a acompañarnos hasta un supermercado cercano. Tenía un montón de latas de cerveza, vacías y aplastadas, tiradas por el coche ¡ Y ceniza! Ceniza, de los incontables cigarros que fumaba, por todos lados. Ceniza en la tapicería, ceniza en el salpicadero, ceniza en suspensión...Cuando se le iba consumiendo un cigarro ya tenía otro en la mano listo para ser encendido. En el supermercado compró, efectivamente, cerveza en lata. Solamente cerveza en lata. 

Desde la ventana de nuestra habitación no dejaba de mirar hacia la calle. No paraba de llover y habíamos comprobado de vuelta del supermercado que hacía bastante frío; también estaba cayendo la niebla. Las previsiones anunciaban nieve en zonas altas para el día siguiente. Aparte, al no conocer el camino, temíamos que pudiera tener algún paso complicado cerca de los balcones de los fiordos. Llegar hasta Rogaland y no haber podido subir hubiera sido una auténtica pena. Nos acostamos con la incertidumbre planeando sobre nuestras cabezas.

No paraba la lluvia ni el viento
Cuando cargamos nuestras mochilas, después de desayunar, el cielo había dejado de tirar agua. Parecía que íbamos a tener suerte. Todavía no había amanecido totalmente y cruzábamos, a pie, las calles de la cuarta ciudad del país. Las pisadas resquebrajaban los cristales de los charcos, los flashes, centelleaban, iluminaban a ráfagas los edificios del muelle y los ruiditos de la ingeniería de las cámaras rompían el absoluto silencio. Salimos equipados con nuestra mejor ropa de invierno, que no era otra que la que llevábamos puesta desde hacía unas 12 horas, cuando salimos de Bergen. Y es que solamente nos llevamos una mochila con pequeñas pertenencias encima para ésta ocasión.



Stavanger
 Tal y cómo habíamos previsto un ferry estaba esperando en el puerto. Era el ferry a Tau. Nos separaban 45 minutos de la otra orilla. Sólo disponíamos de unas pocas horas de luz para alcanzar El púlpito y ya habíamos consumido alguna de ellas. Por suerte, el autobús que esperábamos que estuviera a la salida del ferry también se encontraba en su lugar y nos acercó hasta a 9 kilómetros del comienzo del camino. Éste hubiera sido un lugar fantástico para comenzar la caminata si hubiésemos tenido más tiempo, pero carecíamos de él. El amable conductor del autobús al saber de nuestras intenciones llamó a un taxista local para que nos acercara al principio del camino. Apareció un hombre enorme vestido al más puro estilo rocker: de cuero y con bigote. En éste caso no llegó en moto sino en una furgoneta blanca adornada con un banderín del equipo de fútbol inglés Stoke city; sólo Dios debe conocer por qué se había hecho supporter de dicho club. Cuando nos dejó en la base convenimos una hora de recogida y se marchó.



Cruzando el charco...
...y este es el charco
El Preikestolen es un lugar de éstos que ves en fotos, en vídeos...que te encantan y no sabes ubicar. Suele pasar lo mismo con la bahía de Ha long ó los monasterios colgados de Meteora, por ejemplo. Para llegar a ver el impacto que causa en toda persona que lo descubre por primera vez sólo hace falta en cualquier buscador de Internet introducir las palabras abismo o vértigo y ver que pasa...nos costó encontrarlo; antes sólo formaba parte de nuestros sueños y en unas horas estaríamos ahí mismo. 


Las primeras rampas podrían ser las de cualquier montaña normal. Camino de tierra, piedras...seguía sin llover, por suerte. De todas maneras, las nubes manetnían su aspecto amenazador. Subimos alguna escalera de madera por el camino y pasamos por unas pasarelas que cubrían unas tierras inundadas de agua. Después, ya fue cuando llegamos a la parte más complicada de la ascensión. Se trataba de un muro de piedras, enormes, amontonadas unas encima de otras. Ninguno de los dos nos libramos de caernos. El musgo y la humedad pegadas a la piedra, sobre todo en las zonas sombrías, hicieron que nos fuéramos al suelo en más de una ocasión. Todo quedó en algún rasguño y unos moratones sin importancia.

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La zona más complicada...
Una vez superada la zona de rocas alcanzamos prácticamente, la que iba a ser la altura máxima. A partir de ahí todo se convirtió en un sube y baja constante. Poco a poco el camino nos fue acercando al borde del fiordo de la luz, el Lysefjord, un fiordo de cuarenta y dos kilómetros de largo. Nosotros charlábamos de nuestras cosas esperando a que llegara el gran momento mientras una fina cortina de nieve nos caía encima. De pronto, los rayos de sol se sumaron al espectáculo colándose entre las nubes. Daban un toque místico al momento en el que iban apareciendo delante de nosotros los primeros acantilados. Ya teníamos bastante claro que íbamos a alcanzar nuestro objetivo, y no sólo eso, también teníamos bastante claro que habíamos tomado una estupenda decisión habiendo venido hasta aquí. Comenzamos a sacar una sonrisa nerviosa en nuestras caras.

Fina cortina de nieve
Sale el sol
El púlpito, o Preikestolen, en Noruego, es una gran roca  granítica sujetada, casi milagrósamente, por la montaña a 600 metros de altitud sobre el nivel del Lysefjord. Ésta estructura se formó durante la edad del hielo, hace unos 10.000 años, esculpida a golpes por el glaciar que pasaba por delante de éstos despñaderos. Hoy ya no existe tal glaciar pero su obra nos ha quedado para ser contemplada, no eternamente, porque la roca caerá algún día vencida por el peso y los procesos geológicos, pero si al menos para ser visitada y admirada durante un buen montón de miles de años. Mientras le queden fuerzas, éste tesoro de la naturaleza se agarrará a su altar con todas sus energías.


PreikesTolen
Nos tumbamos en el suelo y nos fuimos arrastrando hasta el mismísimo borde de la azotea. Mucha gente debe actuar así para no despeñarse casualmente debido a alguna inoportuna fuerte racha de viento. La poquita nieve que había pintado el suelo, nos mojó la ropa, pero para entonces ya no notábamos nada pues nos habíamos quedado imnotizados por el espectáculo que teníamos ante nuestros ojos. Parece realmente que Dios te deja un sitio a su lado y desde el púlpito, majestuoso, disfrutas de un espectáculo en azul, gris y verde. Dudamos en venir, nos costó, pero mereció la pena al ver y sobre todo sentir todo aquello. A partir de aquí nada más pueden describir las palabras. Disfrutar de la brisa que corre libre sobre los fiordos con medio cuerpo flotando en el aire se consigue yendo allí...


Lysefjord

El taxista llegó puntual a su cita y el ferry de vuelta a Stavanger también. Ahora si que notábamos la ropa mojada. Al lado de mar, el viento cargado de humedad, se nos estaba clavando como un cuchillo. Un chico Africano, del África tropical, que había vivido en España, nos explicó, en perfecto castellano, cómo se siente en éstos días de invierno una persona venida del sur: " En Noruega dinero sí, vida no..." Su blanca sonrisa nos contagió y nos  hizo olvidar el pequeño mal rato vivido esperando al ferry. Con la satisfacción de haber conseguido lo que anhelábamos nos paramos en un café Francés cercano al puerto a reponer energías; nos habíamos destemplado. Al salir callejeamos hasta llegar a la parada de autobús del aeropuerto y dejamos atrás la ciudad del petróleo.

En la terminal de salidas el viento pedía a golpes entrar dentro. No encontraba hueco, al menos por el momento. Parecía que la tormenta, que nos había respetado por unas horas, volvía a cebarse con el país de los fiordos. Pegados a nuestros teléfonos móviles e internet aguantamos las dos horas de retraso, debido a las condiciones meteorológicas adversas, y al final la torre dio permiso para volar. Estaba un tanto ansioso, el vuelo no iba a ser cómodo, estaba claro. Cerré los ojos y traté de confiar en las probabilidades ( Si nunca me toca la lotería, ¿ Por qué va la tormenta a derribar mi avión? ¿ Sólo el mío?). Las turbulencias no fueron para tanto, al principio del vuelo, pero según íbamos acercándonos a nuestro destino se fueron intensificando. Abrí un ojo y alcancé a ver la hora en mí reloj,...


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