domingo, 3 de junio de 2012

Las calles siguen vacías...



Recuerdo el día en que se quedaron las calles vacías. No era nuevo para mí,  antes en mi vida ya había experimentado esa misma sensación. Volvió. Salí de casa y sentí a la ciudad distante, me miraba de reojo, si acaso, cuando no me hacía sentir el hombre invisible. El cielo estaba nublado y el vent de xaloc movía algunas hojas que andaban por el suelo. Iba a llover sangre. Ya nada me unía a aquel lugar...


Castellón, Diciembre de 2007


Estación
Me bajé del tren de cercanías al que me había subido en Valencia una hora antes,          ¡ Cuántas veces había hecho éste trayecto! Valencia Castellón y Castellón Valencia. La estación, pintada en blanco, seguía igual. Por suerte, en Castellón no llueve con mucha frecuencia porque no me extrañaría que las goteras que aparecieron desde la mismísima inauguración, siguieran ahí.

Julio, aquí, se queda pegado a la camiseta. El bochorno llega a ser insoportable. Se nota aún más de noche que de día, porque la temperatura apenas baja. La gente se queja de la humedad. Descansar, muchas noches, es misión imposible. Y vas llegando al final del verano cada vez más agotado y con ojeras, deseoso de que lleguen los días frescos de Octubre.

Paseo Morella
El autobús guiado ya estaba en marcha, tras años de proyectos; lo vi bajando por el Paseo Morella. En el parque Ribalta, y a la sombra, gente de todos los lugares del mundo y colores, trataba de buscar la fresca. En la farola, los coches seguían rodando con prisa; se perdían por las avenidas y los callejones del centro. Dónde dejaron de girar en sentido contrario fue en María Agustina, de pronto un día se convirtó en una rotonda normal, sin nada especial.

La farola
Ribalta

Nada más salir de la estación ya había comprobado que las calles seguían vacías. Jamás se volverán a llenar para mí.





Me paré a tomarme una horchata en el mismo lugar donde la probé por primera vez, en un Kiosco en la plaza de la paz y bajo una espigada palmera. Entonces, lleno de ilusiones y expectante, si bien, en el ahora, mi cabeza entre sol y sombra, iba eligiendo recuerdos que sacar de mi cajón desastre. Muchas vivencias y primaveras desde aquella primera horchata y la que disfrutaba en ese momento. El primer poteo en las tascas, la magdalena, la playa, la luz blanca e infinita de este cielo, el desierto de las palmas... Fue precisamente después de una excursión de dos días por el desierto cuando empecé a escribir acerca de las cosas que me interesaban, como intento hacer hoy. Es una herencia de mis últimos días en la tierra del rosco y la caña. Me imagino que seguiré haciéndolo ya siempre.

Mercado central

La horchata me seguía gustando muchísimo. Tras devolver el vaso a la barra, continué mi paseo en silencio. Pasé por delante de mi antigua casa, de las casas en las que he vivido en la que más agusto he estado, pasé por mi antiguo trabajo y de ahí caminé hacia el centro peatonal. La plaza del mercado, como siempre, llena de charcos, del hielo descongelado, caído de las cajas de pescado, y de las mangueras con las que limpiaban de los pescateros. La catedral me miraba con gesto altivo y a su lado el espigado Fadrí, sólo, como acostumbraba. Callejeando por la zona comercial llegué a mí txoko preferido, una pareja de casas pintadas en verde y azul, con balcones de madera. Era el cuadro que hubiera pintado de la ciudad si hubiera tenido talento para hacerlo. De haber podido yo hubiera vivido en la casita azul. Cuando paseaba por aquí siempre me quedaba un rato mirando, creaban un ambiente especial, y apenas tenían que ver con el entorno.

Llega un momento en que cuando lo que tienes que hacer en un lugar acaba, deja de tener sentido seguir ahí. Eso me ocurrió a mí en Castellón. No tenía raíces y acabé marchándome. Lo que no olvidaré es toda la gente que conocí y que tanto supusieron para mí. Todos esos amigos y amigas con los que compartí el tiempo y que ya quedan para siempre a mi lado, aun estando lejos. El no tener raíces me hizo marchar pero esta gente también me hace cada cierto tiempo volver. Creo que seguiré volviendo a La Terreta mientras la salud y la vida me lo permita.


  Dos horas de paseo que terminaban con mi necesidad de Castellón ( De momento) saciada. De pronto, por la ciudad, comenzaron a caminar los espectros salidos de mis recuerdos, cómo si fueran atemporales y estuvieran cuales láminas transparentes, superpuestas unas sobre otras. Ellos llenaban para mí las calles vacías.


Castellón, Julio de 2011