domingo, 18 de noviembre de 2012

Meteora, cerca del cielo. Parte I

Meteora
Mientras atravesaba la árida y bastante desolada llanura de Tesalia, recordaba la primera vez que supe algo acerca de Meteora... En el salón de mi casa, estaba la primera tele a color que tuvimos, una Sanyo; yo era un niño. En la pantalla, pasaron un anuncio: Unos monjes jugaban al fútbol acrobáticamente. Estaban dentro de un convento que se hallaba elevado sobre una roca, casi en las nubes. De un pelotazo, el balón salió despedido por una ventana y cayó al vacío. No había manera humana de ir a buscarlo puesto que vivían incomunicados y aislados del mundo.

Durante años, pensé que el lugar dónde los monjes jugaban con la pelota era inventado, era un enclave que sólo existía en la ficción, en la mente de un fantasioso e imaginativo creador de anuncios para televisión. Sin embargo, un día, un documental me los enseñó de nuevo. Eran los monasterios dónde aquellos monjes praticaban fútbol. Realmente su belleza nos podría llevar a pensar que se trata de un paraíso perdido, de un lugar inventado para cuentos de niños. Recuerda a paisajes de otros mundos, demasiado bellos para ser reales.

Tesalia
En verdad, podría haber vivido con aquel primer recuerdo toda mi vida; pensaba en ello de vez en cuando, sí, eso es cierto. Pensaba en el anuncio, en los monjes, en aquel balón que caía al vacío... por lo que fuera me gustó y se me quedó grabado. Pero no hubiera tenido la necesidad de haber pisado este lugar puesto que, para mí, cómo decía, no existía en verdad, en éste mundo. Por contra, era Agosto de 2009 y me encontraba ya atravesando La gran llanura de Tesalia, tierra de la magia, dónde Lucio, el graciosísimo protagonista de " El asno de oro" ( Apuleyo, S II D.C) vivía infinidad de aventuras buscando la solución a un embrujo que le había caído en sus ansias de encontrar "lo desconocido". Conducía por parajes con mucha historia.



http://es.wikipedia.org/wiki/El_asno_de_oro

http://www.ua.es/personal/mm.martinez/histadmjust/asnooro.pdf

Bien de mañana, Cathy y yo habíamos alquilado un coche en el centro de Atenas.  Sabíamos que había unas cinco horas de camino hasta nuestro destino y nos pusimos en marcha tan pronto como pudimos. El alfabeto Griego, bastante diferente al nuestro, nos despistaba bastante a la hora de tratar de seguir correctamente las señales. Aun así, conseguimos ir saliendo poco a poco, y con paciencia, en dirección norte, de la caótica capital Griega.

A medida que vas esforzándote en leer palabras o pequeñas frases en Griego, y escritas en su alfabeto, claro, te vas familiarizando con cada letra y asociándola a su equivalente en nuestro alfabeto. Es un juego que engancha, letrero en la autopista y tú: a pensar... esta letra es tal y la otra cual...y así todo el rato. Al borde de la neurosis. Jugando, jugando, descifré Atenas ( Athina),  Larissa y otros nombres de ciudades. Los kilómetros iban cayendo y los ratos en que decaía la conversación con la bella Catherine, yo volvía a mi juego.

- Te..Teeeer... ¡¡ Qué difícil es ésta, joder!! Teeeer, Termo...TERMÓPILAS!!!

Θερμοπύλαι

Acantilado de las Termópilas
¡  Vaya! Habíamos descubierto al borde de la carretera y sin pretenderlo el lugar dónde discurrió la histórica Batalla de las Termópilas. A pesar de no estar seguros de que nos encontrábamos en el lugar que creíamos ( ¡¡ Cómo iba a estar apenas sin señalizar al borde de una carretera!! Pues lo estaba), cogimos la salida de la autopista dónde figuraba escrito Θερμοπύλαι. El juego parecía que me iba a dar un fruto inesperado, ó de hecho, ya me lo había dado, y así se confirmó, cuando nos acabamos encontrando, en una explanada, con el monumento a Leonidas I, Rey de Esparta y líder de Los trescientos.

Leónidas I de Esparta
Se ha escrito mucho acerca de ésta batalla ya desde la antigüedad. El mismísimo Herodoto, padre de la historiografía, fue uno de los que lo hizo con más pasión. Todo ello ha contribuído a crear una gran leyenda sobre lo que ocurrió y hoy en día es prácticamente imposible distinguir lo que realmente ocurrió de lo que son cuentos ó exageraciones propias del acervo popular Griego.

Leónidas y los suyos aguantaron varios días en un estrecho paso entre el mar y las montañas ante el ejército más numeroso y de más poder de la época; el ejército Persa del Rey Jerjes I. Ampliamente superados en número, por la valentía, la tenacidad, la entereza y la solidaridad con la que combatieron, pasaron a la historia como auténticos héroes. Atendiendo a lo que parece que realmente ocurrió, la batalla se desarrolló en un paso estrechísimo, entre un acantilado y la costas del golfo Malíaco, situado al este de Grecia. En su día este paso no tenía más 100 metros de anchura, si bien hoy, debido a los procesos climáticos y geológicos el mar está a más de un kilómetro de distancia de las montañas. 

Nos quedamos de pie frente a la estatua de Leónidas, en silencio, unos minutos, cómo rindiéndole tributo a él y a sus compañeros, aquellos días. Todos perecieron tras ser vendidos por un traidor, que enseñó un paso secreto entre las montañas a los persas, con el que atacar la retaguardia Griega, pero dificilmente serán olvidados, ni por su pueblo, orgulloso de su coraje, ni por la historia universal.

Para alcanzar La gran llanura de Tesalia desde la costa Este, hay que atravesar una cadena montañosa, y ya al final, cuando la carretera comienza a serpentear, cuesta abajo, y a fundirse, bajo el intenso sol de la Grecia Central, en herraduras, aparece ante los ojos la fértil altiplanicie. El paisaje se vuelve monótono y  las innumerables gasolineras abigarradas ponen color a los bordes del camino. Son tierras llanas y de vías rectas, que no dejan nunca de estar en obras, interminables. De vez en cuando aparece amenazante algún radar que controla la velocidad de los vehículos de la vía, pero nunca funciona ninguno. Unas pequeñas reproducciones a escala de iglesias ortodoxas van surgiendo, a cada paso que das, en semáforos, cruces...significa que alguien murió ahí en accidente de tráfico. Grecia tiene una de las más negras tasas mundiales de humanos que mueren cada año en carretera.

Carretera que serpentea hasta Tesalia
El agua que nos quedaba en las botellas empezaba a estar demasiado caliente para ser bebido y que nos consiguiera refrescar. Me parecía que nunca íbamos a llegar a nuestro destino, cuando al fondo apareció primero una pequeña mancha, luego un montículo para poco a poco acabar siendo un conjunto de torres de arenisca surgidas del suelo, hasta los siescientos metros de altitud, en un lugar dónde parecía imposible que pudieran estar. Una vez que se te plantan delante de tus ojos se te hace imposible apartar la mirada. Existen varias teorías que explican cómo se formó el enclave en cuestión, desde las más disparatadas hasta las más científicas y racionales. Lo dejaremos en que fueron los elementos, a lo largo de un trabajo de millones de años, quienes nos modelaron éste paisaje. Sin duda es un trabajo fino, de artseano, digno de las manos de los mismísimos Dioses, que convierte en la distancia a las rocas de arenisca en suaves algodones grises.

Lo más inaccesible posible
 Toda ésta magia que rodea, en la tierra de la magia, al lugar, lo sugerente del enclave, el misticismo que lo envuelve... probablemente fue lo que hizo a los primeros ascetas y hermitaños establecerse aquí en algún momento del Siglo XI. Más tarde, hacía el Siglo XIV, las más aisladas, escarpadas, solitarias e inaccesibles cumbres empezarían a ser testigos de la construcción de monasterios y conventos en las mismas. La búsqueda de espiritualidad así como la convulsión política y religiosa que se vivía en la época, habrían sido los detonantes que motivaron a construirlos de ésta manera y en éstos lugares. En su día llegaron a ser veinticuatro los monasterios pero en la actualidad sólamente cuatro se mantienen como hogar de órdenes religiosas. Meteora está protegido por la UNESCO desde mil novecientos ochenta y ocho.

http://whc.unesco.org/en/list/455

Paramos nuestro coche en Kastraki, un pueblecito a los pies de las paredes de roca, que bien pudieran ser el destino de aficionados a la escalada. La siguiente noche la pasaríamos en una Villa Griega rodeada de árboles frutales y flores. Rodeada de paz y de silencio, sólamente roto por algunas cigarras que cantaban al calor estival. Seguro que existiría otro mejor, pero en aquel momento me pareció el lugar más agradable y tranquilo del mundo para descansar.

La Villa Griega y nuestro coche


Al pie de las paredes de roca
Todo aquella tarde parecía ser perfecto. Me encantó el lugar al que fuimos a tomar unas cervezas al atardecer y el lugar dónde cenamos después. Primero una Mythos y después una Alfa, acompañadas de olivas, debajo de unas parras mientras el día daba sus coletazos finales en la Grecia central.

Cuando ya, realmente, el sol empezó a caer, se encendieron las luces de los portales de las casas de Kastraki y los abuelos se fueron junto con las sombras que viven debajo de los árboles que les cobijan cada jornada. Los niños daban las últimas patadas al balón en las plazas del pueblo mientras sus madres se afanaban en convencerles de que había que volver a casa. Algún pequeño desobediente se acabó llevando un tirón de orejas por no hacer caso a tiempo. 

Alfa
Bajo las parras...
Tras ocurrir todo esto en Kastraki, haciéndose ya notar la noche,  los hombres tomaron las mesas y sillas de madera de las tavernas y se sentaron acompañados de un vaso de Ouzo o una cerveza y de al menos otro Griego con el que compartir una charla sobre política. También había alguno que bebía en soledad, pero eran los menos.

En lo bares griegos sólo se enciende la televisión cuando pasan fútbol, noticiarios o debates de interés general. El discutir de política está enraizado en la sociedad; no sé si serán lo herederos de los animales políticos de la antigua Grecia, creadora del pensamiento occidental actual, pero al menos a mí me gusta pensar que sí. Discutir sí, discuten, pero de manera relajada y educada, sin perder nunca las formas.

Dejamos nuestra pero aún la taverna no estaba vacía y ya había pasado la media noche...

Debate relajado

Los menos beben en soledad

miércoles, 22 de agosto de 2012

El día del ñoqui en Montevideo. Parte III

Faro de Punta Brava


" - Son ñoquis al natural.
- ¿ No podías haberme esperado para comer juntos?
- ¡Tenía mucho hambre y has tardado una barbaridad!"

Yo me había imaginado el mercado de otra manera. Un lugar público repleto de gente, bullicioso, con tiendas por todos los lados y tenderos ávidos por ser los primeros en hacerte ver que su producto era el más barato y el mejor. En verdad, el mercado de la abundancia, era un lugar más bien tranquilo, con pequeños restaurantes que mezclaban sus mesas y sus sillas en un patio, bajo una tejavana, sustentada por una estructura metálica de hierros entrecruzados. Me dejé el plano de la ciudad en el hotel, pensé que con memorizar la calle y el no muy largo recorrido que tenía que completar, bastaría; me acabé por arrepentir, al menos por unos instantes. Por fortuna, enseguida me situé y pude encontrar el lugar.

A la zona de restaurantes se accedía subiendo una escalinata en forma de media zeta. Ya arriba, se respiraba un ambiente relajado. Encontré a Fran sentado en una mesa con mantel de cuadros rojos y blancos, serio, debido al cansancio acumulado y al insoportable calor que llevábamos padeciendo desde bien temprano.

Los cilindros de patata estaban salpicados por tomate natural, aceitado, cortado en cuadraditos. Al lado, nos dejaron un bol con queso rayado y más tomate, para poder servirse más, menos o nada según los gustos de cada cual. Me supieron a gloria, como a gloria me supo la cerveza fría que recorrió mi interior refrescándome divinamente. Un día del ñoqui comiendo ñoquis¡ Cómo no!

Una vez acabada la tan esperada comida del 29 de ese mes de Abril, pude fijarme un poco más en la estructura que me rodeaba. El edificio tenía toda la pinta de estar construído a principios del siglo XX, por aquello de la estructura metálica. Claro, que yo no soy ni mucho menos un experto, y podía estar equivocado, aunque me resultaba familiar, en cuanto a que había visto alguna vez edificios de corte similar. Tenía alguna vidriera bastante grande, de colores, y formando dibujos a los lados, y estaba sostenido por unas columnas a ratos grises y a ratos negras. Parecían una piezas de ajedrez  puestas en medio del tablero para la partida de unos gigantes. Pocos comían alrededor nuestro, quizás por la hora ( Las 3 de la tarde) o quizás por alguna otra razón que desconocíamos. Algunos puestos se encontraban sin servicio, al menos visible, y en el más alejado de todos, un camarero, vestido con camisa blanca, se apoyaba en la barra y departía con un cliente de café, mientras al mismo tiempo clavaba sus ojos en la televisión que colgaba ante ellos.



Salimos, de nuevo, al calor del otoño Montevideano. Nos pusimos a buscar un taller de bicicletas, que parecía estar bastante cerca, según una guía de viajes que llevábamos con nosotros en una mochila. La idea era alquilar una bici y pedalear hasta los últimos rayos de sol de aquel día 29. Del mercado al taller todo era una recta de varias cuadras.

Del fondo de la lonja apareció, cubierto de grasa, un joven metido en un buzo azul. Descolgó de la pared un par de bicicletas todoterreno, nos sonrió, nos explico las reglas para poder usarlas y accedimos a devolverlas antes de que cerrara la tienda. Nos lanzamos calle abajo buscando el malecón que recorría la orilla del río de la plata. El río más ancho del mundo tiene siempre la piel oscura, incluso aquí, ya cerca de mar abierto.


El sol lucía en todo su esplendor. La rambla costera se veía acompañada de una ligera brisa que hacía de ella un lugar muy agradable. Íbamos pedaleando y conversando relajadamente, sobre ésto y sobre aquello. El lugar se prestaba a ello. Poco a poco fuimos dejando barrios y playas atrás. El destino final de nuestro paseo era la playa de Pocitos. Nos dijeron que era conocida así porque antiguamente las lavanderas hacían pozos en ésta zona para limpiar las ropas. Todos los nombres, esta claro, se ponen por algún motivo, aunque a veces el mismo queda oculto por el tiempo. Aquí, al menos, la gente parecía recordar cual era el motivo exacto por el cual el barrio se llamaba de tal manera.



En la playa de éste poblado barrio Montevideano, encontramos gente que se había acercado a la misma para disfrutar de las últimas horas de sol. Un par de amigos departían mientras bebían mate (¡ Siempre el mate!), una joven pareja se besaba apasionadamente, cómo si la caída del sol fuera a romper su hechizo y no hubiera ya mañana, había quien jugaba a volley playa, un hombre desaliñado, de barba poblada y descalzo, leía atentamente, sentado en un banco...y nosotros, a ratos observadores y a ratos abstraídos, nos dejábamos llevar por la magia del atardecer.



Ya de vuelta, paramos en el barrio de Punta Carretas y en el faro de Punta Brava. El faro, construido en 1876 alumbraba un saliente que se había llevado por delante a más de una embarcación. Las rocas que se adentraban en el mar no darían opción a quien se acercara por aquí en barco, tratando de navegar cerca de la costa.

El día del ñoqui tocaba a su fin pintado en naranja atardecer. Devolvimos la bicicletas a su dueño y nos tomamos una cerveza en la terraza de uno de los bares de moda de la Ciudad Vieja. Estábamos ya cansados, pero contentos de nuestra primera experiencia en El Uruguay. Por eso, y para celebrarlo, nos comimos un buena asado acompañado con vino local antes de dormir.

Camino del hotel, mientras los párpados iban tratando de cerrarnos los ojos, jóvenes vestidos de gala parecían celebrar una fiesta. Se bajaban de los taxis altos tacones y esperaban, erguidos, junto a las puertas de los locales, veinteañeros, de caballeroso porte, finamente trajeados. Era noche de sábado pequeño en Montevideo.


martes, 3 de julio de 2012

MENDIAN GORA. 24 horas y el abismo del Preikestolen


La T marca el camino
... ya habían pasado las 9 de la noche y nos disponíamos a aterrizar en el aeropuerto de Bergen. El piloto de la SAS luchaba contra el virulento viento, tratando de llevar lo más recto posible el Boeing que nos transportaba. A mi derecha una chica casi albina, escandinava, de azulísimos ojos me miraba con cara de angustia. Baje la mirada y comprobé como se agarraba lo más fuertemente posible, al menos tan fuerte como yo, al reposabrazos del asiento. Después de una constante y fuerte serie de bandazos y botes, el aparato al fin tocó tierra y todo el pasaje exhaló el aire que aprisionaba en los pulmones. Mi compañera, de pronto, lució una encantadora sonrisa de alivio. Me comentó que ella no se detenía en ésta escala sino que su viaje continuaba hasta Alesund, dónde, se había informado, la tormenta aun estaba golpeando de manera más agresiva. Le cogí de la mano y le dí ánimos antes de despedirme de ella. Veinticuatro horas exactas habían pasado desde que salimos hacia uno de los lugares más alucinantes e impresionantes del planeta, hacia el Púlpito, sobre el Lysefjord.

Bergen, en gris
Meses antes, cuando nos planteamos el poder visitar ésta zona, nos encontramos con un auténtico rompecabezas. Disponíamos de un único día, de 24 horas, del invierno Noruego de 2011, para llegar hasta el lugar que los noruegos denominan Preikestolen; el  nombrado púlpito. Teníamos que llegar de Bergen a la provincia de Rogaland, al sur del país, alcanzar nuestro objetivo bajar de nuevo y volver antes de que finalizara el día para continuar normalmente con nuestro viaje. Parecía una locura sobre el papel pero íbamos a intentarlo.

La gran mayoría de gente viaja a Noruega en verano, cuando los transportes públicos se multiplican esperando a los turistas. Casi nadie llega al país durante el invierno y aún menos pensando en hacer cosas como el trekking. Determinadas carreteras se cierran y los servicios públicos se reducen en Noviembre, a comienzos del invierno, estando ya muchas zonas del país en noche perpetua hasta primavera. Llegar a determinadas zonas de éste país, entonces, se antoja como algo de muy difícil a imposible.

Bergen, en colores
El quebradero de cabeza tenía solución. Todo pasaba por viajar en avión un día y volver al siguiente a la misma hora. Bergen-Stavanger y viceversa. De Stavanger aún nos tocaría coger un ferry, un autobús y un taxi antes de comenzar a andar. Y todo por llegar al Preikestolen. Si algo nos iba mal se nos acababa el viaje que estaríamos realizando por Noruega. Se caía nuestro castillo de naipes, se rompía el cántaro de la lechera. A pesar de haber mirado mucha información sobre cómo llegar, en mapas, webs, libros... e incluso haber contactado con oficinas locales de turismo, no llegamos nunca a tener nada claro. La información no era muy concreta y clarificadora. En verano todo hubiera sido más fácil, nos decían..." ¡ Ojalá seamos capaces de volver al aeropuerto a la hora...!"

La Norwegian
Dicen que en Bergen siempre llueve. Comenzó nuestro viaje al atardecer y, claro, llovía. Llovía mucho. Llovía mucho y además el viento soplaba con muchísima intensidad. La intensidad del viento hacia moverse al autobús que nos llevaba al aeropuerto.

Las luces que iluminaban la pista, hacían brillar el suelo y las gotas de lluvia se iban acumulando en las pequeña ventana del avión. Las mangas de viento estaban totalmente estiradas, y la cabina del avión de la Norwegian se balanceaba constantemente. A pesar de todo despegamos en hora y conseguimos aterrizar sin ningún problema media hora después.

Stavanger es la ciudad del petróleo en Noruega. Los precios de todo están por las nubes debido al desarrollo económico brutal acaecido en los últimos cuarenta años. Desarrollo pero sostenible, a pesar de la quejas de todos los locales acerca de los precios.  Todo el desarrollo va muy en la línea del pensar¡miento escandinavo y del norte de Europa. Explotan sus recursos pero a la vez no los derrochan; cuidan del medio y ganan dinero; el estado es quien garantiza y controla todo lo relativo al petróleo. Las calles están plagadas de ejecutivos de todo el mundo en viaje de negocios. Trajes, corbatas y carteras de cuero por todos lados.


Al llegar a nuestra pensión quisimos hacer acopio de víveres para la jornada del día siguiente. Agua, barritas energéticas, bocadillos...el orondo, y de aspecto abandonado, dueño se ofreció a acompañarnos hasta un supermercado cercano. Tenía un montón de latas de cerveza, vacías y aplastadas, tiradas por el coche ¡ Y ceniza! Ceniza, de los incontables cigarros que fumaba, por todos lados. Ceniza en la tapicería, ceniza en el salpicadero, ceniza en suspensión...Cuando se le iba consumiendo un cigarro ya tenía otro en la mano listo para ser encendido. En el supermercado compró, efectivamente, cerveza en lata. Solamente cerveza en lata. 

Desde la ventana de nuestra habitación no dejaba de mirar hacia la calle. No paraba de llover y habíamos comprobado de vuelta del supermercado que hacía bastante frío; también estaba cayendo la niebla. Las previsiones anunciaban nieve en zonas altas para el día siguiente. Aparte, al no conocer el camino, temíamos que pudiera tener algún paso complicado cerca de los balcones de los fiordos. Llegar hasta Rogaland y no haber podido subir hubiera sido una auténtica pena. Nos acostamos con la incertidumbre planeando sobre nuestras cabezas.

No paraba la lluvia ni el viento
Cuando cargamos nuestras mochilas, después de desayunar, el cielo había dejado de tirar agua. Parecía que íbamos a tener suerte. Todavía no había amanecido totalmente y cruzábamos, a pie, las calles de la cuarta ciudad del país. Las pisadas resquebrajaban los cristales de los charcos, los flashes, centelleaban, iluminaban a ráfagas los edificios del muelle y los ruiditos de la ingeniería de las cámaras rompían el absoluto silencio. Salimos equipados con nuestra mejor ropa de invierno, que no era otra que la que llevábamos puesta desde hacía unas 12 horas, cuando salimos de Bergen. Y es que solamente nos llevamos una mochila con pequeñas pertenencias encima para ésta ocasión.



Stavanger
 Tal y cómo habíamos previsto un ferry estaba esperando en el puerto. Era el ferry a Tau. Nos separaban 45 minutos de la otra orilla. Sólo disponíamos de unas pocas horas de luz para alcanzar El púlpito y ya habíamos consumido alguna de ellas. Por suerte, el autobús que esperábamos que estuviera a la salida del ferry también se encontraba en su lugar y nos acercó hasta a 9 kilómetros del comienzo del camino. Éste hubiera sido un lugar fantástico para comenzar la caminata si hubiésemos tenido más tiempo, pero carecíamos de él. El amable conductor del autobús al saber de nuestras intenciones llamó a un taxista local para que nos acercara al principio del camino. Apareció un hombre enorme vestido al más puro estilo rocker: de cuero y con bigote. En éste caso no llegó en moto sino en una furgoneta blanca adornada con un banderín del equipo de fútbol inglés Stoke city; sólo Dios debe conocer por qué se había hecho supporter de dicho club. Cuando nos dejó en la base convenimos una hora de recogida y se marchó.



Cruzando el charco...
...y este es el charco
El Preikestolen es un lugar de éstos que ves en fotos, en vídeos...que te encantan y no sabes ubicar. Suele pasar lo mismo con la bahía de Ha long ó los monasterios colgados de Meteora, por ejemplo. Para llegar a ver el impacto que causa en toda persona que lo descubre por primera vez sólo hace falta en cualquier buscador de Internet introducir las palabras abismo o vértigo y ver que pasa...nos costó encontrarlo; antes sólo formaba parte de nuestros sueños y en unas horas estaríamos ahí mismo. 


Las primeras rampas podrían ser las de cualquier montaña normal. Camino de tierra, piedras...seguía sin llover, por suerte. De todas maneras, las nubes manetnían su aspecto amenazador. Subimos alguna escalera de madera por el camino y pasamos por unas pasarelas que cubrían unas tierras inundadas de agua. Después, ya fue cuando llegamos a la parte más complicada de la ascensión. Se trataba de un muro de piedras, enormes, amontonadas unas encima de otras. Ninguno de los dos nos libramos de caernos. El musgo y la humedad pegadas a la piedra, sobre todo en las zonas sombrías, hicieron que nos fuéramos al suelo en más de una ocasión. Todo quedó en algún rasguño y unos moratones sin importancia.

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La zona más complicada...
Una vez superada la zona de rocas alcanzamos prácticamente, la que iba a ser la altura máxima. A partir de ahí todo se convirtió en un sube y baja constante. Poco a poco el camino nos fue acercando al borde del fiordo de la luz, el Lysefjord, un fiordo de cuarenta y dos kilómetros de largo. Nosotros charlábamos de nuestras cosas esperando a que llegara el gran momento mientras una fina cortina de nieve nos caía encima. De pronto, los rayos de sol se sumaron al espectáculo colándose entre las nubes. Daban un toque místico al momento en el que iban apareciendo delante de nosotros los primeros acantilados. Ya teníamos bastante claro que íbamos a alcanzar nuestro objetivo, y no sólo eso, también teníamos bastante claro que habíamos tomado una estupenda decisión habiendo venido hasta aquí. Comenzamos a sacar una sonrisa nerviosa en nuestras caras.

Fina cortina de nieve
Sale el sol
El púlpito, o Preikestolen, en Noruego, es una gran roca  granítica sujetada, casi milagrósamente, por la montaña a 600 metros de altitud sobre el nivel del Lysefjord. Ésta estructura se formó durante la edad del hielo, hace unos 10.000 años, esculpida a golpes por el glaciar que pasaba por delante de éstos despñaderos. Hoy ya no existe tal glaciar pero su obra nos ha quedado para ser contemplada, no eternamente, porque la roca caerá algún día vencida por el peso y los procesos geológicos, pero si al menos para ser visitada y admirada durante un buen montón de miles de años. Mientras le queden fuerzas, éste tesoro de la naturaleza se agarrará a su altar con todas sus energías.


PreikesTolen
Nos tumbamos en el suelo y nos fuimos arrastrando hasta el mismísimo borde de la azotea. Mucha gente debe actuar así para no despeñarse casualmente debido a alguna inoportuna fuerte racha de viento. La poquita nieve que había pintado el suelo, nos mojó la ropa, pero para entonces ya no notábamos nada pues nos habíamos quedado imnotizados por el espectáculo que teníamos ante nuestros ojos. Parece realmente que Dios te deja un sitio a su lado y desde el púlpito, majestuoso, disfrutas de un espectáculo en azul, gris y verde. Dudamos en venir, nos costó, pero mereció la pena al ver y sobre todo sentir todo aquello. A partir de aquí nada más pueden describir las palabras. Disfrutar de la brisa que corre libre sobre los fiordos con medio cuerpo flotando en el aire se consigue yendo allí...


Lysefjord

El taxista llegó puntual a su cita y el ferry de vuelta a Stavanger también. Ahora si que notábamos la ropa mojada. Al lado de mar, el viento cargado de humedad, se nos estaba clavando como un cuchillo. Un chico Africano, del África tropical, que había vivido en España, nos explicó, en perfecto castellano, cómo se siente en éstos días de invierno una persona venida del sur: " En Noruega dinero sí, vida no..." Su blanca sonrisa nos contagió y nos  hizo olvidar el pequeño mal rato vivido esperando al ferry. Con la satisfacción de haber conseguido lo que anhelábamos nos paramos en un café Francés cercano al puerto a reponer energías; nos habíamos destemplado. Al salir callejeamos hasta llegar a la parada de autobús del aeropuerto y dejamos atrás la ciudad del petróleo.

En la terminal de salidas el viento pedía a golpes entrar dentro. No encontraba hueco, al menos por el momento. Parecía que la tormenta, que nos había respetado por unas horas, volvía a cebarse con el país de los fiordos. Pegados a nuestros teléfonos móviles e internet aguantamos las dos horas de retraso, debido a las condiciones meteorológicas adversas, y al final la torre dio permiso para volar. Estaba un tanto ansioso, el vuelo no iba a ser cómodo, estaba claro. Cerré los ojos y traté de confiar en las probabilidades ( Si nunca me toca la lotería, ¿ Por qué va la tormenta a derribar mi avión? ¿ Sólo el mío?). Las turbulencias no fueron para tanto, al principio del vuelo, pero según íbamos acercándonos a nuestro destino se fueron intensificando. Abrí un ojo y alcancé a ver la hora en mí reloj,...


domingo, 3 de junio de 2012

Las calles siguen vacías...



Recuerdo el día en que se quedaron las calles vacías. No era nuevo para mí,  antes en mi vida ya había experimentado esa misma sensación. Volvió. Salí de casa y sentí a la ciudad distante, me miraba de reojo, si acaso, cuando no me hacía sentir el hombre invisible. El cielo estaba nublado y el vent de xaloc movía algunas hojas que andaban por el suelo. Iba a llover sangre. Ya nada me unía a aquel lugar...


Castellón, Diciembre de 2007


Estación
Me bajé del tren de cercanías al que me había subido en Valencia una hora antes,          ¡ Cuántas veces había hecho éste trayecto! Valencia Castellón y Castellón Valencia. La estación, pintada en blanco, seguía igual. Por suerte, en Castellón no llueve con mucha frecuencia porque no me extrañaría que las goteras que aparecieron desde la mismísima inauguración, siguieran ahí.

Julio, aquí, se queda pegado a la camiseta. El bochorno llega a ser insoportable. Se nota aún más de noche que de día, porque la temperatura apenas baja. La gente se queja de la humedad. Descansar, muchas noches, es misión imposible. Y vas llegando al final del verano cada vez más agotado y con ojeras, deseoso de que lleguen los días frescos de Octubre.

Paseo Morella
El autobús guiado ya estaba en marcha, tras años de proyectos; lo vi bajando por el Paseo Morella. En el parque Ribalta, y a la sombra, gente de todos los lugares del mundo y colores, trataba de buscar la fresca. En la farola, los coches seguían rodando con prisa; se perdían por las avenidas y los callejones del centro. Dónde dejaron de girar en sentido contrario fue en María Agustina, de pronto un día se convirtó en una rotonda normal, sin nada especial.

La farola
Ribalta

Nada más salir de la estación ya había comprobado que las calles seguían vacías. Jamás se volverán a llenar para mí.





Me paré a tomarme una horchata en el mismo lugar donde la probé por primera vez, en un Kiosco en la plaza de la paz y bajo una espigada palmera. Entonces, lleno de ilusiones y expectante, si bien, en el ahora, mi cabeza entre sol y sombra, iba eligiendo recuerdos que sacar de mi cajón desastre. Muchas vivencias y primaveras desde aquella primera horchata y la que disfrutaba en ese momento. El primer poteo en las tascas, la magdalena, la playa, la luz blanca e infinita de este cielo, el desierto de las palmas... Fue precisamente después de una excursión de dos días por el desierto cuando empecé a escribir acerca de las cosas que me interesaban, como intento hacer hoy. Es una herencia de mis últimos días en la tierra del rosco y la caña. Me imagino que seguiré haciéndolo ya siempre.

Mercado central

La horchata me seguía gustando muchísimo. Tras devolver el vaso a la barra, continué mi paseo en silencio. Pasé por delante de mi antigua casa, de las casas en las que he vivido en la que más agusto he estado, pasé por mi antiguo trabajo y de ahí caminé hacia el centro peatonal. La plaza del mercado, como siempre, llena de charcos, del hielo descongelado, caído de las cajas de pescado, y de las mangueras con las que limpiaban de los pescateros. La catedral me miraba con gesto altivo y a su lado el espigado Fadrí, sólo, como acostumbraba. Callejeando por la zona comercial llegué a mí txoko preferido, una pareja de casas pintadas en verde y azul, con balcones de madera. Era el cuadro que hubiera pintado de la ciudad si hubiera tenido talento para hacerlo. De haber podido yo hubiera vivido en la casita azul. Cuando paseaba por aquí siempre me quedaba un rato mirando, creaban un ambiente especial, y apenas tenían que ver con el entorno.

Llega un momento en que cuando lo que tienes que hacer en un lugar acaba, deja de tener sentido seguir ahí. Eso me ocurrió a mí en Castellón. No tenía raíces y acabé marchándome. Lo que no olvidaré es toda la gente que conocí y que tanto supusieron para mí. Todos esos amigos y amigas con los que compartí el tiempo y que ya quedan para siempre a mi lado, aun estando lejos. El no tener raíces me hizo marchar pero esta gente también me hace cada cierto tiempo volver. Creo que seguiré volviendo a La Terreta mientras la salud y la vida me lo permita.


  Dos horas de paseo que terminaban con mi necesidad de Castellón ( De momento) saciada. De pronto, por la ciudad, comenzaron a caminar los espectros salidos de mis recuerdos, cómo si fueran atemporales y estuvieran cuales láminas transparentes, superpuestas unas sobre otras. Ellos llenaban para mí las calles vacías.


Castellón, Julio de 2011

domingo, 27 de mayo de 2012

Moriré habiendo visto Ushuaia



Ushuaia, al atardecer
Mucha gente vive con la misma ilusión con la que yo vivía, viajar, al menos una vez en la vida a Ushuaia, el fin del mundo. En verdad no me refiero a Ushuaia como el fin del mundo basándome en una idea Europocéntrica del planeta. No tengo en mente las conquistas de los años de oro de los marineros europeos en el continente Americano. No veo el Cono sur como la última frontera. Digo que estuve en el fin del mundo porque una sensación mágica recorrió mi cuerpo al estar allí.


Aeroparque, Bs As, salidas
A veces esperas tanto un momento que cuando llega la hora de saborearlo resulta que no te supone tan enorme emoción como la que habías imaginado. Esto no fue lo que me ocurrió a mí con ésta visita. Nada más facturar mi maleta, fije mis ojos en la pantalla de salidas del aeroparque de Buenos Aires. Se me puso la piel de gallina. Realmente en unas horas estaría en uno de esos lugares del planeta a los que hay que ir antes de morir. La electricidad siguió fluyendo a través de mí todo el tiempo, desgastándome, agotándome, e incluso se acentuó mientras cruzábamos el mar de turbulencias, acercándonos, en nuestra anacrónica aeronave, a la pista de aterrizaje del aeropuerto "Malvinas Argentinas". Los primeros "aventureros" que llegaron a estas tierras, con Magallanes a la cabeza, debieron quedarse alucinados al cruzar por el estrecho que hoy lleva el nombre de su capitán. Un enorme número de hogueras podían ser observadas desde el mar y decidieron llamar a este lugar Tierra del fuego. Los pobladores locales eran quienes las encendían. Desde el cielo del SXXI, y entre las nubes, las hogueras se habían convertido en farolas, todas muy juntitas en las faldas de las montañas de la sierra del Martial y junto a la bahía de Ushuaia, la bahía que penetra hacia el Oeste.


Nave anacrónica
Esperando, Malvinas Argentinas
Cuando me subo en un avión siempre un escalofrío me recorre el cuerpo. Es una sensación que no se me va, no pasa, a pesar de que debería de estar más que hecho a volar por la cantidad de horas que he pasado en el aire. No podía creerlo... ¿ En qué cacharro pretendían meternos? " ¿ Eso vuela?" Volar volaba pero haciendo un ruido espantoso. Fuí caminando hacia la cola del aparato buscando mi asiento y el motor acabó quedando a la altura de mi asiento y mis oídos. El zumbido inicial de puesta en marcha de motores se convirtió en insoportable desde que el piloto aceleró para despegar; perduró hasta el mismísimo desembarco. Un antiguo ingeniero de aerolíneas Argentinas amenizó mi viaje, que de lo contrario hubiese sido un tostón tremendo. Viajaba junto a su sobrino hacia el sur, a visitar a la familia. La Pampa, entre las nubes, la extensísima Pampa allá, abajo, cada vez que trataba de observar el paisaje por el estrecho hueco de ventana que dejaba libre el motor. Campos y campos y campos sin habitar, una estancia allí y otra cientos de kilómetros más allá. La charla se alargó durante unas cuatro horas. Nunca me cansaba ese hombre. Sobre todo, recordaré algo para el resto de mis días: ese discurso social, tan digno, tan humano, que solamente un progresista latinoamericano podría ofrecer. Me gusta escuchar a forma en la que explican sus ideas, me emociona, me pone la piel de gallina.


Sierra
La ciudad más austral del planeta nos recibió con temperaturas moderadamente buenas, cero grados. Para estar tan cerca de la Antártida, y en otoño, esperábamos algo más extremo. Parece que su clima no es tan frío como se pudiera imaginar por su situación geográfica. Eso sí, seguro que si caminásemos semidesnudos como los antiguos pobladores, los Yámanas, los que encendían las hogueras     ( para calentarse, claro), lo pasaríamos algo peor que ellos. Realmente habíamos llegado a un lugar mágico, a un fin del mundo, a una reserva natural de la fragilidad del cristal más fino. Era el fin del mundo porque nada civilizado estaba tan lejos del incansable ritmo del progreso. Era el fin del mundo porque a los pies de la bahía y cerrando los ojos podías imaginar las costas de la inhóspita Antártida de Amudsen o de Shackleton. Era el fin del mundo porque podías ver nadar despreocupado a un león marino o a una foca. Era el fin del mundo porque respirabas aire; aire de verdad y porque no hay una combinación de colores que se pueda hacer de manera más hermosa. Más allá no puede haber nada. Sólo me podría recordar éste paisaje a la obra cumbre de un genio en su máximo esplendor, combinando majestuosamente los azul, turquesa, otoño, blanco antártico...

Canal Beagle
La bahía de Ushuaia se encuentra dentro del Canal Beagle. El bergantín del mismo nombre surco más de una vez estas aguas y en alguna ocasión con el naturalista Charles Darwing a bordo. Todo ello ocurrió mucho antes de las disputas por todos estos territorios entre Chile y Argentina. Unos a un lado y otro al otro del canal. Las disputas vienen de muy atrás y se va llegando a acuerdos-parches en tratados bilaterales. Las disputas se centran en todo lo relacionado con este sur del cono sur. Incluso, parece tener Chile en un cajón, desde hace años, el desarrollo de la población de Puerto Williams para convertirla en la ciudad más Austral del mundo y quitarle el honor a la Argentina Ushuaia; cosas de vecinos... ¿ En algún lugar se llevan bien? En cualquier caso y disputas al margen, el canal es una instantánea constante y panorámica.

Leones marinos




 

Ushuaia fue, durante el siglo pasado, una cárcel. Los presos eran traídos aquí obligándoles a realizar trabajos forzados en el bosque. Eran traídos a un lugar del que no cabía escapar, del que no había retorno posible. La población blanca fue en aumento durante el SXX, y la aborigen en descenso. Los pobladores originales del lugar fueron despareciendo, ajusticiados, incluso, en ocasiones por mercenarios pagados por estancieros ávidos de riquezas. Yo me imagino que el hecho de poner aquí un día un destacamento militar, después una cárcel, más tarde subvencionar la vida de los que vinieran a vivir...tiene un sentido económico y geoestratégico por parte del estado. Por una parte, gana que al tener gente y poblar una zona, hace, de alguna manera, que quede claro que este terreno forma parte de Argentina, que el estado tiene soberanía sobre todo lo que hay aquí. Siempre hay alguien sujetando la bandera albiceleste. Por otra parte, éste es un lugar dónde hay recursos naturales variados por explotar y por descubrir. Nadie querría no custodiar adecuadamente un tesoro tan preciado...

Tren del fin del mundo

Presa de castores introducidos
 La mayor parte de la reserva natural de la Isla grande de la Tierra del Fuego está aislada, es inaccesible. Apartar la vida natural y el curso de las cosas del turista, del curioso, es un gran acierto en mi opinión. Las cosas deben discurrir tal cómo son y no permitir que cualquiera en cualquier momento pueda interferir. Al final las cosas sino no se respetan. Queremos sacar la foto desde el mismo nido del Cóndor, comer al lado de la pareja de focas, sentarnos sobre el tronco de una especie vegetal protegida. Y a la vez nos creemos amantes de la vida salvaje. La vida salvaje no lo es si no vive apartada sin entrar en contacto con la civilización. Las cosas no se conservan así. Deben seguir su curso sin verse alteradas por factores externos ( o lo mínimo posible) tal y como ha ocurrido durante millones de años. Las huellas humanas quedan en este paraje junto con las de las demás fuerzas de la naturaleza. ¿ Por qué es tan importante conservar lejos de los curiosos los parques nacionales? El viento, la lluvia, los glaciares... han esculpido el paisaje, el paisaje que antes llamábamos de cristal fino. Durante milenios ha estado prácticamente aislado de todo contacto con el ser humano (civilizado, en el peor sentido de la palabra). La población animal ha nadado, galopado, pastado con total tranquilidad por estos lares. Pero voy caminando y ese montículo al borde del agua es una antiguo campamento Yámana. A la orilla del río Pipo yacen árboles secos cortados hace décadas y conservados debido al especial clima de la zona. Algún castor introducido en su día con fines comerciales ha hecho presas que dañan el entorno de las especies vegetales y animales autóctonas. Todo cuanto hacemos afecta y mucho a cada entorno en el que nos adentramos. En Ushuaia nos damos cuenta puesto que en éste paraje cada paso deja una huella en el barro que se conserva casi embalsamada por largo tiempo; caminamos por dónde quizás aún no había caminado nadie. La evidencia del efecto que producimos podemos verlo claramente. Somos grandes agentes del cambio climático ó geológico. Quisiera que la naturaleza hiciera su camino para que el planeta pueda al menos conservar un pequeña parte, aun dentro del cristal fino, de tierras cuasivírgenes, para que los que vienen detrás de nosotros puedan decir que estuvieron también en la maravillosa Ushuaia. Que tuvieron la oportunidad de ser parte de un planeta maravilloso y no solo tener que leer, ver fotos o soñar acerca de lo que una vez fue.


Bahía Ensenada

Bahía Lapataia


Faro Eclaireurs
En el parque nacional de La Tierra del Fuego, existe un terreno abierto al senderismo; maravillosa sensación. El otoño dejaba ver sus colores poco a poco y la nieve venía cayendo día a día montaña abajo. La lluvia, el sol, el granizo...el verano no se quiere ir pero el invierno empuja cada vez con más fuerza; sin cesar. Una mañana el lago era azul y manso y a la mañana siguiente gris e indomable. Fran y yo caminamos durante horas al borde de precipicios y acantilados que caían al mar. Los bosques magallánicos llegan hasta el mismísimo abismo o hasta mojarse la punta de los zapatos en las playas de piedras. Subimos y bajamos, ramas de árboles, raíces que salían de la tierra, setos  y olores a frutas del bosque, semillas que encienden las papilas gustativas con su intenso picor, zonas continuamente sombrías, musgos, la tierra tan oscura... al nivel del mar, en las orillas se pueden encontrar montículos cubiertos por cortísima hierba fresca. Las familias Yámanas vivían en éstos lugares, aquí o allá establecieron un campamento. Los Yámanas, pobladores del canal Beagle, eran canoeros, pasaban mucho tiempo en sus embarcaciones pero también de manera nómada pasaban tiempo en tierra firme. Sus canoas surcaban el Canal Beagle antes de Darwing y antes de que el Faro Eclaireurs estuviera en pie guiando por el camino a seguir.
Carancas en pareja
Compartían con focas, cormoranes, leones marinos, carancas... éstas tierras y éstas aguas. Precisamente los Carancas son hoy la imagen del parque nacional de la Tierra del Fuego.Dos aparecen en el escudo uno negro y uno blanco; una hembra, negra, y un macho, blanco, pues cada uno tiene su color. Se pueden ver en pareja y en libertad, compartiendo destino y espacio.



El lago 
El lago en azul












Lago gris
















Todo lo que ven mis ojos al dirigir cada mirada a cada lado quiero que se me quede grabado por siempre en mis retinas, en alguna parte de mi mente. Con cada avión, cada barco que llega hasta éste fin del mundo, ensuciamos, ajusticiamos un poco más un entorno único. Me da casi asco pensar en lo que le hacemos a nuestro planeta y lo bien que viviría  a veces sin nosotros los seres humanos. Se trata de un amor odio. Somos su principal enemigo pero también la única especie que lo ama, lo adora de manera consciente, que le escribe poemas o llora por él. El planeta tierra es un enfermo crónico de bronquitis, con la sangre enferma, la cara sucia y el pelo arrancado a trozos. Puede ( seguramente) que la Ushuaia que veo hoy no exista ya mañana y mucho menos pasado mañana. La fragilidad que observo y su extrema timidez en contraposición al paso firme y seguro del desarrollo hará que momentos como el de ver una foca tranquila jugueteando, en libertad, despreocupada, en el agua pronto sea, probablemente ( en realidad espero que no) una imagen del pasado. Ella está tranquila inconsciente de lo que llega y mejor que que siga así. Yo en mi memoria y en mis grabaciones la veré ya por siempre así libre y confiada; y podré decir un día, antes de morir, que he visto Ushuaia.