sábado, 5 de noviembre de 2011

Mendian gora, Mugarra.



Cuando ante ti sólo hay vacío, una vista que podría tener un pájaro en pleno vuelo; cuando si lanzases una piedra hacia el horizonte no la oirías ni caer y mucho menos la verías ( ni la mirada más atenta podría seguir el final de su parábola); cuando delante de las puntas de tus pies una línea divide el abismo de la roca, sientes vértigo. Mugarra bien podría significar ascensión vertical o rampa hacia el cielo.

No llegaremos a demasida altitud. Ni tan siquiera es una subida excesivamente larga. Simplemente es un camino de naturaleza brutal, de derroche físico, de sudor en la frente, de bocas abiertas y de mirada al suelo. Es un camino de rostros desencajados y arrugados. Después, al llegar arriba, tus ojos te pueden llevar hasta allá dónde se pierde hasta el horizonte, a lo más remoto.




Ese vértigo, llega al asomarte desde la cumbre hacia las demás atalayas que adornan el paisaje del entorno. Torres de vigía, moles cársticas labradas y agujereadas por el agua durante miles y miles de años, puntas de lanzas sobre verdes faldas en invierno y en verano; bucólicos prados, exhuberantes de naturaleza fresca, viva. Un caserío aquí y otro allá. Pecas blancas que no son sino ovejas pastando.



Nos preguntamos desde lo alto cuánto habrá cambiado éste paisaje desde que los primeros pobladores llegaron aquí. Probablemente, salvo esa cantera que muerde y desangra la montaña, lo que ellos vieron en su día no sería muy diferente.

Nos vamos, el viento sopla fuerte aquí, tan al descubierto. Trae nubes que presagian lluvia o quizás tormenta de verano.

Stand by


El flash es más rápido que la pluma...el material fotográfico se acumula, las historias y las ideas se agolpan por salir de mi cabeza y todas juntas y apiladas esperan su momento.