domingo, 4 de diciembre de 2011

Gaizka Bilbao; Ahaztutakoen bilduma






Ésta es la carta que acompañaba al regalo de boda del exmiembro de Ahaztutakoen bilduma, Gaizka Bilbao. Un homenaje, un detalle, a un gran amigo y compañero en muchas batallas.

Hay días en que me planteo el porqué la vida te hace recorrer veredas y senderos, dar vueltas y más vueltas sin un aparente sentido.

En Octubre de 2008, hoy hace tres años, sabiendo ya que abandonaba el Castellón que tan bien me había acogido, para siempre, escribí una canción para Ahaztutakoen bilduma. Volvía a casa, a Etxebarri, y ese antiguo proyecto de cuatro amigos haciendo ruido en un garaje volvía a tener sentido; el grupo podía volver a sonar. La canción hablaba de lo que dejaba atrás. No la terminé.

Mi aventura había comenzado 5 años antes, con una maleta llena de sueños y un billete para Holanda. Estudiando allí conocí una chica con la que salí durante años. Vivimos después juntos en Castellón y un día terminó. Todo empieza y todo acaba alguna vez (esto es algo que cuesta entender en la vida). Me sentí frustrado; tanto caminar, tantos años juntos, tantos kilómetros recorridos para seguir viéndonos mientras estuvimos viviendo uno lejos del otro…De eso precisamente hablaba la canción que después compuse. Si no la terminé fue porque faltaba una pieza para el puzzle, algo que le diera sentido, y no lo encontraba. Para que a una persona le llegue la inspiración hace falta un chispazo, en empujón, un chasquido de dedos ó un sopapo mejillero.

Aquel inspirador Octubre de 2008 supo seducir al sol del verano y su calor. Se alargaron los días estivales hasta bien entrado el otoño. La chica con la que había compartido los años anteriores me invitó a pasar un día en la playa. Siempre queda esa última esperanza que nos dice que quizás las cosas bien pudieran ser arreglables…Casi nunca lo son después de una ruptura muy sentida. Ella llevaba puesto un colgante que yo le regalé. Era mío, de cuando yo era niño, era casi mi tótem; regalo de los aitas, de plata, algo sucio, marcado por el tiempo. Estando en el agua, tras un gesto algo brusco, resbaló por su cuello y acabó cayéndosele. Yo salté desesperado y escarbé a ocho manos por encontrarlo pero las olas que iban y venían lo enterraron para siempre bajo la tierra de Castellón. Ya nada nos unía, ni tan siquiera eso. Para mí fue algo simbólico. Aquel colgante que siempre se salvó de mil contratiempos, que se perdía y casi mágicamente volvía a aparecer, quedó enterrado con otras muchas cosas que quedaron allí. El sol se escondió poco después entre las montañas. Yo me quedé cerca del mar un rato más, pensativo.

Sobre esos días, en Octubre, varios amigos vinieron desde Bizkaia a celebrar mi despedida. Nos juntamos con gente con la que había entablado mucha amistad en aquellos años fuera de casa. Con ellos celebramos el adiós. Tras una de las noches de fiesta, en una playa de Valencia, al alba, Inma y Gaizka se besaron por primera vez. Se habían conocido aquel mismo día y ya nunca más se separaron. Lo que podría haber sido un efímero y olvidable beso no fue sino la pieza perdida de su puzzle, su chasquido de dedos, su momento más especial. Así llegó mi inspiración y así pude acabar yo también mi canción. Ahora sí tenía ese eslabón que me faltaba.

No hay nada más reconfortante en la vida que saber de la felicidad de la gente que quieres. De la frustración que sentía pasé a la esperanza, sonreí. Yo y mi historia habíamos sido sin pretenderlo y sin saberlo el nexo de unión entre dos amigos de lugares lejanos. Que todo haya acabado en una verdadera historia de amor hasta que la muerte los separe, pienso que da sentido a todo mi camino. Estoy lleno de esperanza.

Ya no recuerdo el nombre de la chica que perdió mi colgante en las arenas de Castellón, aunque éste sigue allí. Allí siguen mis amigos, siguen los ecos de las risas de los felices años que pasé, la pareja enamorada sigue también y cómo no, flota en el aire la melodía de la canción que por fin terminé. Cómo he dicho el último acorde lo pusieron Gaizka e Inma y esa canción para ellos es.


Durango, a veintisiete de Octubre de dos mil once.






sábado, 5 de noviembre de 2011

Mendian gora, Mugarra.



Cuando ante ti sólo hay vacío, una vista que podría tener un pájaro en pleno vuelo; cuando si lanzases una piedra hacia el horizonte no la oirías ni caer y mucho menos la verías ( ni la mirada más atenta podría seguir el final de su parábola); cuando delante de las puntas de tus pies una línea divide el abismo de la roca, sientes vértigo. Mugarra bien podría significar ascensión vertical o rampa hacia el cielo.

No llegaremos a demasida altitud. Ni tan siquiera es una subida excesivamente larga. Simplemente es un camino de naturaleza brutal, de derroche físico, de sudor en la frente, de bocas abiertas y de mirada al suelo. Es un camino de rostros desencajados y arrugados. Después, al llegar arriba, tus ojos te pueden llevar hasta allá dónde se pierde hasta el horizonte, a lo más remoto.




Ese vértigo, llega al asomarte desde la cumbre hacia las demás atalayas que adornan el paisaje del entorno. Torres de vigía, moles cársticas labradas y agujereadas por el agua durante miles y miles de años, puntas de lanzas sobre verdes faldas en invierno y en verano; bucólicos prados, exhuberantes de naturaleza fresca, viva. Un caserío aquí y otro allá. Pecas blancas que no son sino ovejas pastando.



Nos preguntamos desde lo alto cuánto habrá cambiado éste paisaje desde que los primeros pobladores llegaron aquí. Probablemente, salvo esa cantera que muerde y desangra la montaña, lo que ellos vieron en su día no sería muy diferente.

Nos vamos, el viento sopla fuerte aquí, tan al descubierto. Trae nubes que presagian lluvia o quizás tormenta de verano.

Stand by


El flash es más rápido que la pluma...el material fotográfico se acumula, las historias y las ideas se agolpan por salir de mi cabeza y todas juntas y apiladas esperan su momento.

viernes, 5 de agosto de 2011

RINCONES DE NIJMEGEN. Victor





Cuando alguien pureba su primera cerveza en la vida, suele encontrar su sabor como amargo, y también suele pensar e incluso llegar a decir " ¡ Qué mal sabe esto!". Así me ocurrió a mí también. Cómo a todos cuanta más fuí bebiendo mejor me fue sabiendo hasta que me acostumbre al sabor y hoy por hoy puedo decir que me gusta; me gusta mucho.




Victor era un cervecero nato y nos contagió su pasión. Desmitificador de marcas populares y bebedor más de cantidad que de calidad; aunque algún capricho se daba. No había día de compra que nos nos enchufara al menos una caja y siempre la que a él le gustaba. La verdad es que luego todo lo que entraba en casa se bebía y no duraba mucho. Cada amigo que venía se tomaba un par de ellas y nuestra cocina siempre estaba repleta de gente conocida. todos sabían donde había barra libre. Las mejores partidas de mus / poker se jugaban en nuestros dominios. A veces eran de risk o play. Fuera la partida del juego que fuera Victor nunca dejaba a nadie seco, sin su birra.




Las cartas, el risk, los por aquel entonces novedosos juegos on-line e incluso el rol formaban parte de su vida diaria. Lo de jugar era lo suyo. De hecho llegué a probar todos esos juegos con él, hasta el de rol, pero nunca lo llegué a entender. Cuando no encontraba quien le acompañara se enfrascaba con su ordenador y ¡ A jugar el solo! Sabía moverse como nadie en todo ese mundo.


También era el hombre de los debates políticos. Debatía sobre todo con la gente con la que tenía confianza pero hacía siempre gala de amplios conocimientos. Una cerveza, un cigarro, su cruce de piernas, barba de 10 días y la mirada fija hasta cuando absorbía el humo del cigarro. Escuchaba, dejaba hablar y opinaba. Y siempre al final la retórica pregunta de si entiendes lo que dice. El de política era su debate favorito pero se apuntaba a lo que fuera. Creo que estos meses en Holanda los disfrutó plenamente. Tenía gente de muchas clases, orígenes, religiones y opiniones con las que debatir y lo hacía día y noche en Inglés, Castellano o Catalán.



El día que conocí a Albert conocí a Victor también. En la universidad. Me costó tiempo reconocer su humor y su forma de ser; en el momento que me entró me caló para siempre. Albert es fácil, Victor difícil y esquivo. Sin embargo, y como conrapunto a Victor lo tendrás para siempre cerca, fiel. A Albert también, por supuesto, pero a Victor pocos consiguen ganárselo...




Yo no sé cómo vería la gente el trío que formamos. Yo, desde luego, tenía claro el papel de Victor dentro de él; era la chispa. De primeras salíamos todas las noches que a él le apetecía, siempre tenía una manera de converncerte. Eso sí, los Martes descansábamos siempre porque tanto él como Albert tenían una asignatura dura con clases intesas a las que asistir los Miércoles a la mañana. El resto de la semana había vía libre para movernos.

Si alguien necesitaba una bici Victor se la conseguía. Debió tirar, y nosotros con él, más de 50 bicicletas al canal; deporte nacional Holandés sólo por delante de los dardos y el Hockey hierba. ¡ Cuántos partidos de Hockey hierba se podían jugar el Domingo a la mañana! Incalculable. Pero sin perdernos y a lo que íbamos, que Victor era una chispa en un campo de trigo seco...





Victor fue quien primero me habló de Lucía. Yo a ésa chica ya la conocía de un par de noches en el O'sheas, centro neurálgico de todos los estudiantes. Había intercambiado alguna conversación con ella pero poco más. Bueno sí, el día que llegó, junto a otras chicas de Castellón, la lleve en bicicleta de bar en bar porque aún no tenían cómo moverse. Quién me iba a decir lo importante que sería para mí después.

Las tres castelloneras vivían cerca de nuestra casa y mis dos catalanes enseguida hicieron buenas migas con ellas. Yo menos porque soy más arisco. Un par de veces nos llegaron a invitar a su casa y allí descubrimos que no eran tres sino cuatro de Castellón: Rachel, Rosana, Lucía y Manuel que había estado perdido hasta entonces. Un hombre peculiar, podríamos llamarle hasta raro, pero buena persona siempre. Quizás lo que le mataba y por eso lo llamo raro es que no tenía don para las relaciones sociales, no lo sé. Yo no me siento agusto en los momentos en los que piso suelo extraño con muchos extraños y a pesar de que siempre me dieron mucha conversación no llegué a ser precisamente el alma de la fiesta. Sin embargo Lucía no paraba y Victor le seguía el rollo. Eran como dos guindillas por la casa.



Las excursiones nocturnas cualquier día a cualquier hora fue lo que más me unió a Victor. Un Domingo de tormenta, un miércoles a las 2 de la mañana y con 7 bajo cero, yo qué sé...y siempre estaba el DIO abierto. Y casi siempre Stan en la puerta. Éste era un chico de Aruba pero totalmente absorvido por la mentalidad holandesa en cuanto a la forma de trabajar. Cómo digo caíamos noche sí y noche también en esta especie de minidiscoteca para estudiantes. Yo me saqué el carnet de la uni pero Victor siempre andaba con uno provisional con el cual Stan no le dejaba pasar; no era un carnet oficial. Se notaba que le ordenaban sólo aceptar carnets oficiales y cumplía como buen súbdito neerlandés. A pesar de saber, cada noche, que éramos los mismos del día anterior, volvía a pedirnos el carnet y a no dejarnos pasar. ¿ Cómo pueden ser así? " ¡¡ Stan, por favor, somos los mismos de ayer!! " Siempre discusión y siempre acabábamos entrando. La orden número dos de sus superiores, se ve que hacía referencia a creer lo que te decían cuando te insistían más de 14 veces. All fin y al cabo en Holanda casi nadie suele decir mentiras, es algo muy mal visto y raro, al igual que las trampas o copiar en examenes.



La vuelta en éstas excursiones solía estar plagada de debates filosóficos. 10 km dan para mucho en bicicleta. 10 de ida, 10 de vuelta, otra ida y otra vuelta y otra ida... ¡ Cuánto pudimos hablar aquel otoño e invierno de 2002!

El Otoño, precisamente, fue pasando y la temperatura caía un poco más cada día. El primer sábado que bajé al mercado con polar y con buff caería por Noviembre y no me los volví a quitar de encima. Me gustaba bajar a comprar pescado al mercado. Prácticamente sólo se puede encontrar pescado fresco en los mercados, al menos en el interior de Holanda. Con la bolsa ya cargada me giré, tras pagar al tendero del puesto y me econtré a Lucía y a Victor caminando por el centro. Lucía iba abrigada hasta arriba, cómo tocaba, y Victor portaba un triste jersey. Me pidió algo de abrigo y debido a la diferencia de altura entre ambos, sólo le pude dejar el buff; el buff del Athletic de Bilbao. Así, y siendo un candidato a la primera pulmonía del curso, se dirigieron a la estación para ver por primera vez Amsterdam. Nunca se me olvidará la silueta de los dos alejándose bajo una fina niebla; Victor con las manos en los bolsillos buscando el calor por algún escondrijo. No me apeteció ir con ellos. Había días en los que también había que descansar a pesar de que Victor te tratara de converncer de lo contrario...será de las pocas veces que no lo consiguó.


miércoles, 15 de junio de 2011

El día del ñoqui en Montevideo. Parte I




Habíamos escuchado que Montevideo era casi un barrio de Buenos aires. Cosa que no creo que le haga mucha gracia a ningún Uruguayo. De todas formas, si únicamente nos centráramos en lo que se tarda en cruzar el Río de la Plata en avión, podría serlo perfectamente. Atravesar Buenos Aires por la mañana, por carretera, es una experiencia asfixiante y desesperante mientras que montarse en el avión para conocer una nueva tierra, es algo liberador e ilusionante. Sube y baja, las oscuras aguas del río más ancho del mundo y los llanos y pardos prados del campo charrúa en las ventanas de la izquierda.

Uruguay tiene una frontera de las de andar por casa. La gente de la aduana está tranquila, la gente, de hecho, es tranquila allá y el país, por lo tanto, trasmite tranquilidad desde que lo pisas. Tranquilidad y amabilidad. Hay personas siempre dispuestas a ayudarte. Aquí no sería digno de mí el no mandar un recuerdo para Anibal Calvo Piñón, hijo de españoles migrados a América, y empleado de la seguridad del aeropuerto. Él nos acompañó desde las pistas a la puerta de nuestro hotel. Y es que no paraban de pasar autobuses y autobuses, a cada cual más lleno y menos accesible. El nos indicó a cual subir, dónde bajar y cómo llegar hasta nuestro hospedaje. Hasta cargó a ratos con alguna maleta. Gracias de todo corazón.

La noche caía, mientras nos acercábamos a la ciudad, por el camino Carrasco, teñida de los colores gualdinegros, símbolo de Peñarol, el club de fútbol montevideano que jugaba esa misma noche su partido de Copa Libertadores de América en el Estadio Centenario. Cuna de grandes futbolistas de talla mundial, Peñarol ha sido varias veces campeón de América. Parece que este año 2011 está en una posición inmejorable para poder repetir ésta hazaña.

La ducha y la ropa limpia no eran negociables y la mejor cena de la semana tampoco se hizo esperar; regada con un vino tinto Uruguayo. El caldo no tenía un gran valor pero me lo sirvieron con tanto cariño que repetí; pedí una segunda copa. De ahí a la cama pronto y con un ojo abierto para poder detectar el primer rayo de sol que se diganra a salir. No íbamos a perder ni un minuto del día siguiente.



Amaneció el día 29 de Abril. Éstos veintinueves son días especiales. Cada mes, en el Uruguay, se cumple un ritual; se celebra el día del ñoqui. Habíamos leído acerca de ello antes de llegar, aunque dudábamos si sería una tradición vigente o simplemente un cuento trasnochado y artificial. Lo queríamos comprobar y salimos a la calle con esa intención. Nadie puede hacerse con las costumbres, tradiciones e idiosincrasia de un lugar en un solo día; así que seguro nos marcharíamos de allí sin una respuesta concluyente. Eso sí, enseguida nos percatamos de que publicitar y ofrecer si que se hace. El día 29 es el día del ñoqui en Montevideo.






Y ¿ Por qué el día 29? Entre escuchar y leer he sumado varias explicaciones o varias razones. La más antigua nos lleva al siglo VIII y a Italia. San Pantaleón auguró a los campesinos de la tierras venecianas buenas cosechas un 29 y esto se cumplió. Entonces todos los veintinueves iban a ser celebrados, a partir de ese momento, con una comida sencilla, de campesino, en honor al santo. También se ha asociado a épocas de escasez de trigo, momento en el que se comenzó a cocinar un tubérculo traído de América a Europa...La patata que hasta ese momento sólo servía para alimentar a las bestias, se iba a empezar a utilizar como sustento de humanos; de la patata, generalmente nace el ñoqui... De todo lo que se habla, la explicación más cercana a nuestro tiempo y más comprensible nos dice que el día 30 es día de paga en Uruguay. Entonces la gente como llega bastante justa a ese día 29 ( o al menos llegaba en las épocas más difíciles), solamente tiene para comer alimentos humildes, como humilde es el ñoqui. Eso sí, se puede combinar con muchísimas salsas que nos permiten degustarlos con sabores bastante variados.




Nada más poner el pie en la calle ya estábamos en la plaza de la independencia. Teníamos a Artigas montado a caballo frente al Palacio Salvo, emblema de la ciudad, y con la puerta de entrada a la Ciudad vieja a su espalda. Una banda de música militar amenizaba la soleada y calurosa mañana.

En un café a los pies del palacio se escribió el tango más famoso y más polémico de Uruguay, "La cumparsita". Polémico porque, como todas las cosas en torno al tango, Argentina y Uruguay siempre tienen algo de qué quejarse, por lo que discutir, de lo que apropiarse indebidamente o algo que poner por encima de su vecino. Uruguay arrinconada entre dos gigantes como Argentina y Brasil resiste con sus peculiaridades, orgullosa de lo que es. Así la cumparsita es un himno oficioso del país.

Montevideo fué fundada por los portugueses, estratégicamente, en 1.723 pero en 1.724 tuvieron que abandonarla, forzados por los españoles. Unas pocas familias llegadas de Buenos Aires y algunas más de aborígenes canarios se asentaron allí. Uruguay, comenzó el camino hacia la independencia en 1.810, tras el levantamiento de las Provincias del río de La Plata. Artigas que nos había recibido subido a su caballo en la Plaza de la independencia fué el principal líder independentista uruguayo, aunque en 1828, cuando por fin se creó el Estado Oriental del Uruguay el ya vivía desterrado en Paraguay, lugar donde falleció en 1.850. Montevideo, en un principio, se mantuvo fiel al poder español, pero pronto los españoles fueron expulsados y en el año de la independencia se la nombró capital del estado.

domingo, 10 de abril de 2011

Fiordos en el horno del sur; cervezas heladas.





Era el día más caluroso del verano, de esos días en los que si pisas el asfalto con las zapatillas, la mitad de la suela se te puede quedar pegada en él. Recorríamos, en coche, de norte a sur la costa de Dalmacia, con sus cien mil vueltas y revueltas, por una carretera que nunca pierde de vista el mar.


En estos días de calor y en esta zona, quién más quién menos para y deja el coche a un lado para darse un chapuzón en el adriático. Desde la carretera se puede ver a más de un bañista haciendo equilibrios para no caer o lastimarse con los guijarros que cubren las playas de ésta costa; blancos, que contrastan con el azul del mar y con el verde de los pinos mediterráneos, y circulares.


Con las ventanillas bajadas el aire nos golpeaba en la cara y nos movía el pelo de lado a lado, sin criterio fijo, hacia donde quería cada vez. Aunque sudábamos preferíamos la sensación del viento a la del aire acondicionado, la sensación de libertad a la de estar aprisionados entre cristales.





Al sur de Dalmacia queda el fiordo más meridional de Europa, el fiordo de Kotor. Preciosas, grises y altas montañas junto al mar, una bahía y un pueblo sacado de películas de piratas. Una fortaleza en lo alto, murallas y calles empedradas. La altura que cogen las montañas hace que el pueblo desde lo lejos parezca algo diminuto. Hay una caída desde lo arriba del todo casi vertical, espectacular, hasta el mar.





Renunciamos a coger el ferry que nos hubiera ayudado a cruzar la bahía sin necesidad de conducir; recorrimos cada centímetro de la costa de Montenegro a nuestro ritmo. La velocidad a la que viajábamos nos permitía apreciar muchos detalles. La carretera queda tan cerca del Mediterráneo que si éste no fuera tan tranquilo como es las olas, en sus días de bravura, arrastrarían los coches y lo que pasase por allí hasta los dominios de Poseidón y éste camino sería intransitable. Cada casa, cada embarcadero tenía una escalera de metal por la que salir del agua. Familias enteras chapoteaban al sol. Se veía que había unión de estas gentes con la mar y que probablemente sea uno de los lugares de descanso de muchas familias balcánicas, y a lo mejor de otros lugares.





El paisaje nos atrapó e incluso hizo que nos olvidáramos de la temperatura extrema. Etor y yo no paramos de sacar fotos. Eso sí, cuando por fin pusimos pie en tierra el golpe que recibimos fue brutal. Vuelta a la realidad, la puerta del horno se quedó abierta otra vez, todo ese aire ardiente en la cara y el mazo del sol nos cayó en la cabeza. Dos lugareños nos saludaron, cuidaban el parking donde aparcamos, y nos preguntaron por nuestro origen. A nuestra respuesta añadieron un ehhhhhhhhhh!!! Athletic Bilbao!!! Siempre el fútbol y el Athletic sale por algún lado...





Fran habitualmente se queja del sol y del calor, y esta vez volvió a hacerlo; eso sí nadie le pudo negar que tenía razón. Enseguida se puso a buscar un lugar dónde comer y dónde beber y refrescarnos y depurarnos así. Negarle a Fran sus 30 minutos de buscar restaurante es robarle la mitad del viaje ¡ Cómo disfruta con éstas cosas el hombre! Caminando alrededor del tranquilo puertecito, salpicado de barcos, algunos de recreo otros de pesca, encontramos un restaurante con sombra y fresco. Tenía buena pinta. Lo primero que hicimos fue pedir la bebida: "Una cerveza helada por favor", y a fe que la trajeron helada. Cerveza de tirador muy fría y con el vaso recién sacado del mismísimo polo. Que placer fue disfrutar de ese primer trago. El verano volvió a ser la mejor estación del año y nuestras vacaciones una maravilla que nos debía tener fin. El sabor de la cerveza no sabría como definirlo ni del nombre tampoco me acuerdo. Era el típico sabor que siempre le encuentro a la cervezas del este, las cervezas de cañero del este. Quizás eso no diga mucho de lo que degustamos aunque a mí, que yo me entiendo, me encanta ese sabor.





La comida, pescado, claro, la pedimos casi a ciegas. No nos entendíamos con la camarera y al final le acabamos dejando que ella nos orientara. Pescado para cuatro y ya está. SE marcho y tardo bastante tiempo en venir con lo que nos había cocinado. Ese rato lo pasamos echando risas ( desde que nos refrescamos nos había vuelto el buen humor) y charlando sobre las aventuras de los días anteriores. Veníamos de hacer unos 4000 kilómetros en 8 días y eso da para anécdotas. Cuando ya empezábamos a impacientarnos llegó la comida. Era una dorada enorme, una dorada a la sal de la que comeríamos los cuatro. Para mí fue o mejor que comí en las vacaciones. Carne blanca y bastante bien cocinada. Un acierto de la mujer que nos recomendó comer aquel plato, supongo que sería un plato típico local. Antes de acabar de comer ya había pedido la segunda cerveza Montenegrina, y así completé el litro. Pedro hizo lo mismo. Después postre, fotos con la raspa limpia el agradecimiento a la casa y nos levantamos para pasear por kotor.




Todo cambió al salir de allí. El sol ya no parecía golpear tanto ni el calor ser tan agobiante. Así si se puede disfrutar de las murallas, del castillo y del entorno tan impresionante. Fue comer bien y sobre todo enfriar el motor, sobrecalentado, con esa cerveza traída del reino del hielo para que todo nos dejara mejor recuerdo.

El pueblo muy bonito, por cierto y la gente muy amable. Para no perdérselo.

lunes, 21 de marzo de 2011

Tan lejos...

¿ No tienes días en que te gustaría estar en cualquier aventura allá por el mundo? Sueñas con mil viajes, con ver hasta la última piedra del mundo, con conocer gente, con traspasar fronteras. Todo parece estar tan lejos pero a la vez al alcance de una decisión sencilla, que podrías tomar a la voz de ya y que nunca tomas...Me imagino que son cosas de la vida y que como decían, soñar nos ayuda a caminar. Que vacío estaría todo si no tuviéramos al menos nuestra mente bien abierta para escaparnos de lo pequeñitos que somos los seres humanos; y lo ínfima que es la importancia de nuestra existencia.

viernes, 28 de enero de 2011

RINCONES DE NIJMEGEN. Albert





Recuerdo mi primer día en Holanda. El primer día, no llamo al día en que llegué sino al día en que por fin tuve una bicicleta. Ella lo es todo en este país. Así pudimos acercarnos a la universidad, con ganas de ver caras nuevas. A Estitxu se la veía muy necesitada de conocer mucha gente nueva y sin darse cuenta me iba dejando de lado. Lógico y normal. El polluelo empezaba a volar fuera del nido; sólo que esta vez quien acabó volando fui yo, hasta entonces su papá. Había llegado el momento de ir a encontrar mi casa entre las amplísimas avenidas de Nijmegen. Construcción ( o mejor reconstrucción tras la II guerra mundial) típica holandesa y flamenca en ladrillo rojo y blanco. Casas bajas y estrechas, carriles bici de pavés y algún molino salteado por ahí.

Los últimos días de agosto se disfrazaron de otoño y la lluvia y el frío campaban a sus anchas por las calles. El chubasquero salió de la maleta para no volver a entrar. Siempre recordaré los ladrillos del suelo del campus de la universidad, ocres y mojados; aunque a veces también helados. Este sí era un campus de verdad. Los edificios iban apareciendo entre altos, o más bajos, árboles. Un pulmón para la ciudad y un ambiente relajado para los ciudadanos, por otra parte, en gran número, estudiantes. En una de las avenidas, para ciclos, del campus y guardándose de la lluvia bajo unos pinos, aparecieron Sergio S. y Elena. El acento catalán enseguida les delató y así conocimos a los primeros compañeros. Aproveché para preguntarles si conocían la localización de mí colegio mayor. En el mapa me marcaron con alguna duda la zona. Ellos se acababan de mudar a una casa de alquiler en el centro, junto a otro chico, Pep. Esa casa después sería conocida cómo "La mánsion".



Mientras me explicaban cómo llegar llamaron a Pep para que me ayudara a transportar mis trastos hasta mi apartamento. Él tenía coche y todo me sería mucho más fácil. Y allá aparecí por primera vez en Vossenveld, mí casa.





Sergio S. y Elena me hablaron de unos chicos catalanes que seguramente serían vecinos míos, Albert y Víctor. Una pareja que convertiríamos en trío con el tiempo, puesto que juntos pasamos una y mil horas.

Les ví por primera vez y de manera casual en la universidad y quedamos para encontrarnos por el colegio mayor. Albert, casualmente, vivía en el piso de enfrente. Víctor pasaba la mayor parte de su tiempo en casa de Albert. Juntos hacían la compra, cocinaban, salían, robaban bicicletas de holandeses descidados y confiados...yo, con lo que me cuesta abrirme a la gente nueva que voy conociendo, no tenía muy claro si quería compartir mi tiempo en casa con más gente. Siempre me ha gustado tener mi independencia. Al final me convencieron para probar a compartir todo. Gran decisión. En la vida hay que aprender a compartir, es una lección. Me quité de muchos pequeños caprichos que me hacía y me hago ( ya sólo a veces) y aprendí a vivir con menos vicios y manías y con más gente; todos ellos desconocidos encima. Creo que aprender a compratir y vivir con menos recursos es una etapa importante de la vida. La imagen de los dos amigos calle abajo por la universidad nunca se me olvidará. Hacían una pareja carismática y memorable. En vez de dos ( o luego tres)parecían uno . Cada cual con sus cosas pero compartiendo cada migaja de su vida allá.



En la puerta azul de Albert aún estaba escrito el nombre del anterior inquilino, un tal Gorka, que después descubrí que había venido el año anterior en mí plaza, una plaza de la universidad de Deusto. La primera vez que toqué el timbre tardaron en abrir y me dejó pasar un chico caribeño, mulato de tez y amplísima sonrisa. También pude descubrir después el porqué de la facilidad que tenía para sonreír tanto...Albert y Víctor estaban en la habitación de Albert. Víctor con la que después sería identificada como su inimitable pose encorbada, pegado al portátil de Albert; abstraído en sus juegos de rol on-line. Albert sentado en la cama y con una botella de dos litros de coca-cola cerca. Él siempre ha tenido mucho más don de gentes. Víctor no se para a pensar en cómo caerte bien; lo hace o no.

Albert me marcó para siempre. Me hizo ese comienzo mucho más llevadero. Me presentó a gente, me llevó a las primeras fiestas y me incluyó desde el principio en sus planes. Yo no soy de abrirme muy rápido, me cuesta en un principio hacerme a la gente, y con mis reservas me fui dejando llevar y acabé compartiendo todo con ellos. La casa de Albert pasó a ser nuestro lugar de reunión, comedor, local de mus, cervecería... no solamente fue nuestro "txoko" sino centro de paso y encuentro de cualquier persona que quería echar una cerveza acompañado. Una gran Pitt bier, la Pitt bier de Víctor, con o sin partida de mus; preferiblemente con partida. Cuando llegas a un país desconocido para tí con gente nueva, se te abre un mundo de posibilidades, nuevos caminos e incertidumbres. Los primeros días, tras la euforia inicial, son duros. Necesitas a alguien como Albert que te haga sentir que eso puede ser tu casa. Necesitas a un hermano, que a la vez es padre, madre y abuela para que te regale ánimos a los oídos. Esa relación de Amistad perduraría para siempre. Más allá de las promesas entre abrazos los últimos minutos que vivimos juntos en Holanda, conseguiríamos mantener el vínculo, casi de sangre, y ser hermanos para siempre. Años después la vida nos volvería a unir de nuevo, otra vez en una misma casa, dónde y en Santander...





Albert tenía la capacidad de aglutinar gente a su alrededor. Todos se sentían cómodos con él y pasaban por su casa de vez en cuando para visitarle. Le traían algo para beber, hablaban con él de música, le pedían el ordenador portátil ( una joya porque por aquel año 2002 no había tantos)... Eso sin hablar de la cantidad de amigos que vinieron a verle desde Barcelona. Total que su casa siepre estaba llena de gente y de cosas, tiradas por todos lados. Yo no hubiera podido vivir entre tanto trasto que le íbamos dejando aquí o allá. El sí. Lo aceptó y nunca sabremos si fue por resignación o por qué.




En el parking de nuestro colegio mayor había un montón de carros de la compra amontonados para facilitarnos el trasporte de lo que comprábamos desde el supermercado. Nos subíamos como si fuera un patín encima de los carros y empujando con un pie llegábamos por la carretera serpenteante y entre casitas bajas hasta la zona comercial de nuestro barrio, Hatert. Había una placita con diferentes tiendas, todas ellas pequeñas, y dos supemercados. En uno comprábamos la comida y en otro la bebida, bueno en verdad toda la bebida salvo nuestra cerveza eterna, la antes nombrada Pitt bier. Además siempre teníamos una discusión a la hora de comprarla. Era decisión de Victor la marca. Albert y yo preferíamos otras marcas algo más caras, pero era imposible sacarle de la cabeza a Victor el que todas eran iguales. Y si todas son iguales pues había que comprar la más barata. La discusión surgió cada vez que fuimos al supermercado.