domingo, 27 de diciembre de 2009

VIAJES. GRECIA. El atardecer más bello del mundo.





Dicen que es uno de los atardeceres mas bellos del mundo. Cientos de personas recorren la isla de Santorini o incluso vienen de otras islas griegas solamente para pasar los últimos minutos del día aquí, en Oia.

Es un pequeño pueblo de calles estrechas y casas de un blanco cegador; es la foto del típico pueblo Mediterráneo. Las cuestas, los infinitos recobecos, el suelo empedrado y escondiéndose entres las casas el mar Egeo. No hay otro azul, como el azul del Egeo.






Se suponía que desde el Pireo hasta Santorini nos iba a llevar uno de los barcos rápidos. Ese día no salió. Era un día caluroso, como todos los del verano en Grecia y el sudor nos caía por debajo de la gorra que nos protegía de las temidas insolaciones. El caos reinaba en aquel puerto ruidoso, sucio, de temperaturas asfixiantes. El olor a gasóleo se hacía más insoportable cada minuto, más concentrado, si cabe, debido al bochorno, y el puesto de nuestra compañía de Ferries no aparecía. Nadie sabía nada. Fueron unos minutos interminables pero allá casi al final de la última de las dársenas apareció.

Nuestro barco no salía, cosa que ya sabíamos y lo que a nosotros nos parecía una desgracia a ellos, a los operarios de la compañía de ferries, pareció no inquietarles demasiado. Daban la sensación de estar acostumbrados a explicar el trámite de cómo hacer para que recuperaramos el dinero. Así que lo que nos vendieron como avería no tardó en parecernos como algo parecido a un overbooking. Nos quedó claro que reclamar no nos serviría de nada ( ¡¡¡Había que ver con que soltura - extraña- explicaban todo!!!) por lo que canjeamos nuestro billete por una plaza en un barco peor. Total, que perdimos 3 horas ó 4 y ganamos 100 euros.





El día siguiente, ya en el acantilado al borde del cráter de la isla de Santorini, no nos acordábamos del mal rato. En las islas cícladas corre la brisa; por lo que el calor ya no es tan intenso. Nos acercamos en el autobús hasta Oia para ver el famoso atardecer con 100€ frescos en el bolsillo.

Comer en Grecia siempre es un placer; es una de las gastronomías mas increíbles de las que he disfrutado nunca. Variada, especiada, sabrosa, sana... pero ¿ Y comer al borde de un volcán viendo el atardecer más bello del mundo? Amigo mío, que 100€ no son nada. Y mucho menos bien gastados. El menú no era importante aunque en Grecia, comas donde comas siempre aciertas.

Esa tarde estábamos cargados con una mochila, las aletas, las gafas de buceo...y en pantalón corto, con los pelos desbocados, por los vientos que corren por las cícladas. Aparte como nos habíamos bañado, un pelo mojado peinado al azar al viento, hace que parezca que has metido los dedos en un enchufe. Así aparecimos en el mejor restaurante de la isla. El hombre de la recepción,nos miró de arriba abajo. Igual pensó que con esa pinta que traíamos no tendríamos dinero para pagar la cuenta, pero con un gesto muy correcto nos ofreció pasar a la terraza del bar. Era un tipo amanerado y muy gracioso y cuando pasamos no pudo disimular detrás de la mano que entretapaba su boca una pícara sonrisa. Probablemente imaginaría la cara que iba a pone su jefe al vernos en su elegantísmo y caro restaurante, o como iban a alucinar al vernos la clientela con la que solían codearse. Nos colocamos donde quisimos. Horario de cena a la francesa.



La gente empezaba a llegar al castillo e Oia para tomar la instantánea de su viaje, de sus vacaciones. Nosotros, privilegiados, brindábamos con un buen vino blanco local. Cientos de metro más abajo, en el agua la gente paraba los barcos e imnotizada miraba fijamente al sol.




El menú estaba bien, como siempre en Grecia. Cocina de autor para un cuadro maravilloso. Cathy y yo compartimos una tarde Genial. La noche fué cayendo mientras charlábamos y los últimos flashes de las fotos iluminaron las casitas blancas. Mientras la gente se iba de vuelta a sus hoteles o a tomar algo nosotros apurábamos nuestro increíble rato en Oia. Según cae la noche en las cícladas se va echando de menos un jersey, al menos a los hombros.

Una pareja japonesa se colocó en la mesa contigua a la nuestra. Estaban entusiasmados pensando en la cena que les esperaba en ese marco tan maravilloso. La verdad es que estando tan lejos de casa, algo así debe resultar increíble.



La tertulia-cena en chanclas de playa y pelos elétricos derivó en risas y chistes. Los "latinos" hablamos más alto que nadie y nos habiamos hecho notar en el restaurante. Los japoneses nos echaban un vistazo entre cucharada y cucharada, de manera discreta como ellos son y sin desviarse demasiado de sus conversaciones.

Acabamos la botella y tomamos un licor con el postre. Los ferries entraban y partían sin cesar del puerto...

La verdad es que nos felicitamos de haber podido disfrutar de esa cena "gratis". Si algo no sale como uno quiere no está mal disfrutar de las desgracias convirtiéndolas en algo tan inolvidable. Juntos pudimos cenar frente al atardecer más bello del mundo.

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